Capítulo 43. Regalos, besos, y cuentos para dormir.

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—Emi.

Después de haber estado un rato intercambiando besos y caricias suaves, me quedé un tiempo pensando en mis planes para el día siguiente, y ahora por fin estaba quedándome dormido, pero abro mis ojos en cuanto escucho a Joaco hablarme al oído. En la penumbra de la habitación lo veo acurrucado contra mi pecho, aunque distingo sus ojos abiertos.

—¿Qué pasa, amor? —pregunto todavía adormilado.

—No puedo dormir —me dice en voz baja.

—Pensé que ya te habías dormido —le respondo.

—Creo que sí, pero me desperté no sé por qué y ahora no puedo volverme a dormir —me explica, removiéndose en su lugar.

—Mmm, ¿quieres que te haga piojito? —propongo.

—Sí —acepta en un susurro, y lo veo cerrar sus ojos antes de llevar mi mano a su cabello y comenzar a pasar mis dedos con suavidad por entre sus rizos.

Pasa un buen rato y no estoy seguro de si Joaquín ya se durmió, pero me muestra que no es así cuando vuelve a hablar.

—No está funcionando —refunfuña.

—¿Qué quieres que haga, bebé? ¿Te canto? ¿Te leo algo?

—¡Sí! Léeme algo —me pide emocionado, aunque mantiene su voz en un tono bajo.

—¿Seguro? Tendríamos que prender la luz.

—No me molesta la luz —señala—. Espera... ¿no te estoy espantando el sueño también? —inquiere.

—Nah, solo necesito cerrar los ojos para quedarme dormido como tronco, no te preocupes —digo.

Suelta una pequeña risa, y estira su brazo para encender la lámpara de su buró, cuya luz es bastante tenue, lo cual nos viene perfecto.

Me pasa un libro de pastas color negro que está sobre el mismo mueble y nos reacomodamos en la pequeña cama en una posición que me permita leerle y a él lo deje continuar recargado en mí. Reviso la portada del libro y veo que se trata de Por una rosa, un libro con varios autores, entre los que se encuentra una de las autoras favoritas de mi novio, por lo que él me ha contado.

—Léeme el primer cuento —me indica mientras cierra sus ojos—. El de El zorro y la bestia.

—Vale.

Abro el libro y busco la página en la que comienza el cuento que me pide, y me aclaro la garganta antes de iniciar.

El visitante llegó al castillo al ponerse el sol y se detuvo ante la cancela, una alta verja de hierro labrado y oxidado por el paso del tiempo —comienzo a leer, en voz susurrante—. Contempló el edificio con curiosidad; no era tan antiguo como le había parecido en un principio, pero estaba muy descuidado, como si todos sus habitantes lo hubiesen abandonado a su suerte años atrás...

Sostengo el libro con una mano y con la otra acaricio de forma distraída el cabello de Joaco, mientras me sumerjo en la historia y pierdo la noción del tiempo.

«Es lo que suele ocurrir con las personas y con los objetos más asombrosos», se dijo. «Nunca lo parecen a simple vista» —leo.

Me detengo un momento para descansar mi garganta, que comienza a sentirse un poco reseca, y en ese momento me doy cuenta de que Joaquín ya está dormido.

Lo miro sonriendo, y aunque deseo saber cómo termina la historia, decido que eso puede esperar a que duerma unas cuantas horas, así que cierro el libro, me estiro con cuidado por sobre Joaco para dejarlo en el buró y apago de nueva cuenta la lámpara. Me doy la vuelta y me apretujo contra mi novio, que se amolda de inmediato a mi posición.

Posdata [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora