Capítulo 26. Vámonos de aquí.

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—¡¿Qué?! —exclamo a voz de grito.

Alguien sisea en el otro lado de la cafetería para que me calle, así que cuando vuelvo a hablar modero mi tono.

—¿Qué? —repito—. ¿Cómo carajo lo van a soltar? —pregunto alterado.

Joaquín suspira con pesadez y se encoge de hombros. Suelta mis manos y se deja caer sobre el respaldo de su silla.

—La abogada que tuvo mi mamá allá en Chihuahua la llamó el sábado para decirle que querían apelar o algo así —dice frunciendo el ceño—. No sé nada de leyes, pero al parecer hay una posibilidad de que lo liberen —añade.

—Mierda —murmuro—. Pero también es probable que no lo hagan, ¿no? Puede que rechacen el apela... la apelación. —No estoy muy seguro de estar usando los términos correctos.

—Sí, puede que no pase nada y que solo me esté preocupando en vano —pasa sus manos por su rostro con frustración—, pero es que si lo llegan a liberar sé que va a venir a buscarnos y me aterra que nos pueda hacer algo a Ren, a mi mamá, a mí —habla rápida y nerviosamente.

Me inclino hacia él y paso mi mano por su cuello para acercarlo a mí. Uno su frente a la mía y lo miro a los ojos.

—Es muy entendible que estés preocupado, amor —intento que mi tono sea tranquilizador—. Pero pase lo que pase no están solos. Mis papás ya le ofrecieron ayuda a tu mamá para cualquier cosa, y de verdad no deben dudar en pedirla. —Me sonríe agradecido—. Vas a estar bien, Quin —le aseguro.

Joaco mueve su cabeza a un lado y la acomoda en mi cuello, mientras se abraza a mi espalda. Yo lo rodeo por los hombros.

—¿Cómo estás tan seguro? —su voz suena amortiguada.

—Porque yo te voy a cuidar —asevero—. ¿Acaso piensas que el príncipe no puede proteger al dragón? —le pregunto, recordando la historia que escribió. Suelta una pequeñísima risa.

—Claro que puede —responde—. Gracias, Emi. Te amo —susurra cerca de mi oído.

—Yo también te amo, Joaco —le digo en voz baja—. Y no tienes nada qué agradecer.

Se separa un poco de nuestro abrazo y me da un corto beso en los labios.

—¿De verdad no vas a entrar a clase? —me cuestiona un par de minutos después.

Los dos nos acomodamos de vuelta en nuestras sillas y reviso la hora en mi celular. Veo que ya son más de las 9:10, que es la hora límite a la que el profesor de ética nos deja entrar.

—No, ya es muy tarde —le contesto a mi novio.

—Entonces tenemos tres horas libres. —Levanta las cejas un par de veces y se ríe—. ¿Qué hacemos?

Me quedo pensando por un momento antes de responder.

—Vámonos de aquí —digo mientras me pongo de pie y extiendo mi mano hacia Joaco.

—¿A dónde? ¿A la cancha de básquet? —Me mira con expresión dudosa mientras toma mi mano y se levanta también.

Me rio ligeramente mientras recojo mi mochila. —No, me refiero a que nos vayamos de la escuela, no solo de la cafetería —le aclaro.

—¿Podemos salir de la escuela ahorita? —pregunta mientras se carga su propia mochila.

—Sí. —Tiro de él para que empecemos a caminar hacia la salida—. Podemos entrar y salir las veces que queramos a la hora que queramos, ¿no lo sabías? —Le dedico una mirada ligeramente extrañada.

Posdata [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora