Lo más destacable de mi fin de semana es que decidí cortarme el cabello.
Bueno, la verdad es que llamarlo "decisión" es darme demasiado crédito, porque en realidad fue algo que hice impulso.
Lo que ocurrió fue que Taquito estaba jugando en mi cama con un ratoncito de tela, conmigo acostado a su lado, y en una de esas el juguete acabo cerca de mi cabeza, y mi gato al tratar de atraparlo acabó con sus garras enredadas en mi cabello.
Después de conseguir que Taquito no me dejara calvo a jalones y liberar su patita de mi cabello, me levanté enfurruñado de la cama, agarré unas tijeras de mi escritorio, entré al baño, me mojé el pelo y lo desenredé lo mejor que pude, lo recogí en una coleta y ¡zaz!, lo corté.
Quedó horrible, así que me arrepentí a los cinco segundos, pero como ya era muy tarde para eso, no me quedó más que acudir con mi mamá a pedirle ayuda.
Ella hizo casi un milagro y consiguió que mi desastre acabara siendo un corte decente, dejándolo un poco más corto de los lados que del centro, que es ahora la única parte donde se notan un poco mis rizos. Todavía me siento extraño, pero creo que al menos mi cabello no se ve mal. El resto de mí es otro tema, porque he dormido mal los últimos días y se podría decir que soy más ojeras que persona en estos momentos.
Además de eso, mi fin de semana estuvo lleno de llamadas y visitas por parte de mi familia, con las que sin duda buscaban ayudarme a levantar mi ánimo, pero lo único que consiguieron fue que acabara encerrándome en mi habitación bastante molesto.
Quizá no tenía derecho a estarlo, pues todos tenían buenas intenciones, pero no pude evitarlo luego de varios "Entiendo perfecto cómo te sientes...". Aprecio el gesto de ser empático, ¿pero de verdad no hay otra forma de demostrar empatía que pretendiendo tener los mismos sentimientos cuando no es así?
Durante todos estos días, y aún en esta mañana de lunes, mis sentimientos han sido un desastre digno del imperio de Calígula sobre Roma —fue malo, muy malo—. Aunque igual podría hacer la analogía con algún otro emperador, como Cómodo. O con toda la historia del imperio, no sé.
Volviendo a mis sentimientos... Un desastre, sí. Ha predominado la tristeza, como era lógico, aunque también me he sentido furioso a ratos, y en otros momentos parece invadirme la indiferencia, como si no sintiera nada en absoluto.
Justo en este momento, mientras camino hacia dentro de la escuela, me siento en un limbo entre la tristeza y la indiferencia. Sería lo mejor del mundo si al llegar al salón encontrara a Joaco ahí y me diera cuenta de que todo no fue más que una pesadilla, pero sé que no será así.
No creo que sea sana la cantidad de veces que releí su carta, que fueron tantas que creo que ahora podría recitar palabra por palabra a la perfección. No he sabido nada más de él ni de su familia después de eso, aunque mis padres no han cesado en sus intentos de contactar con su mamá, sobre todo luego de averiguar gracias a Joaco que siguen en la ciudad.
Llego al salón de clases bastante temprano, como de costumbre, y la única persona que está ahí es Fer, que me mira desde su lugar con una expresión de enfado, la cual adivino de inmediato a qué se debe.
—Hola —la saludo en tono cuidadoso mientras me acerco a ella.
—Hola —me responde sin dejar de mirarme como si quisiera pegarme.
Suspiro y me dejo caer en mi silla.
—Lo siento —le digo con sinceridad—. Perdón por haberlos ignorado todo el fin de semana.
—Estaba preocupada por ti —me dice—. No nada más yo, todes. Estábamos a nada de ir a tu casa a buscarte, pero resultó que mi papá tiene el numero de teléfono del tuyo y lo convencí de que le marcara para al menos saber si seguías con vida.
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Posdata [Emiliaco]
RomansaEmilio es un joven de diecisiete años, que está cursando su último semestre de preparatoria mientras se prepara para entrar a la universidad y estudiar lo que le ha apasionado toda la vida: historia. Todo parece bastante simple en su vida, hasta que...