—No olvides que te amo, y que pienso en ti siempre – leo. – Posdata. Contando cada gota de agua en el mar, cada grano de arena en el desierto... – finalizo, ya sin leer la hoja de papel, pues para este punto ya me aprendí esa frase.
Devuelvo la vista a la pantalla de mi computadora y veo a Joaco con los ojos cerrados. Cabecea y se despierta de golpe. Me río de él y se cubre el rostro con ambas manos, lo que me hace mirarlo con ternura.
—Creo que te arrullé con esa última carta – bromeo mientras me recargo en el respaldo de mi silla.
Se ríe ligeramente y descubre su cara. – No – responde entre risas. – O sea, sí me dormí como por cinco segundos, pero no por la carta – añade.
Lo miro sonriendo con ternura. Es sábado por la noche y estamos a mitad de una videollamada en la que nos hemos dedicado a leer varias de las cartas de H.C.
—¿Otra vez te desvelaste escribiendo? – le pregunto.
Niega con la cabeza. – No, ahora me desvelé leyendo – aclara.
—¿Qué leíste? – Recargo mis codos en el escritorio, apoyo mi barbilla en mis manos entrelazadas y lo miro con atención.
—Terminé de leer El amor en los tiempos del cólera – me dice.
—¡No inventes! – sigo riéndome. Alcanzo mi propia copia del libro, que es el que estamos leyendo para nuestra clase de literatura. – No hemos leído ni la cuarta parte – le digo al ver en dónde está mi separador.
—Ya lo sé – replica Joaquín. – Es que anoche estaba leyendo el capítulo que nos dejó para reseñar esta semana, pero me quedé picado y cuando me di cuenta ya eran las cuatro de la mañana y ya había terminado el libro – me explica. - Y me desperté temprano, desde que mi mamá se fue a trabajar, así que – se encoje de hombros.
—Ya veo – murmuro. – ¿Y qué tal? ¿Te gustó? – Dejo el libro a un lado y vuelvo a recargarme en mis manos.
—Me encantó – dice sonriendo. – Es un libro precioso – añade.
—Entonces valió la pena la desvelada – señalo.
—Totalmente – suelta una risita. – Es más, te voy a leer uno de mis fragmentos favoritos – se aleja de la cámara para buscar algo y regresa con el libro en sus manos.
Mientras se acomoda de vuelta en su silla, alcanzo a ver que el libro tiene muchísimos post-its entre sus páginas, me imagino que señalando todas las partes que le gustaron.
—Florentino Ariza se atrevió a sugerirle a Fermina Daza que bailaran su vals confidencial, pero ella se negó – comienza a leer. – Sin embargo, toda la noche llevó el compás con la cabeza y los tacones, y hasta hubo un momento en que bailó sentada sin darse cuenta, mientras el capitán se confundía con su tierna energúmena en la penumbra del bolero – las palabras me confunden de repente, pero la voz de Joaco me tiene fascinado. – Tomó tanto anisado que tuvieron que ayudarla a subir las escaleras - se interrumpe y se ríe. – Como tú en la fiesta de Chava – me dice en tono de burla.
Intento mirarlo indignado, pero no consigo contener la risa. – Debí escuchar tus consejos sobre las aguas locas – digo reflexivamente. – Sigue leyendo – le pido después.
Suelta una risita antes de seguir. – Tuvieron que ayudarla a subir las escaleras, y sufrió un ataque de risa con lágrimas que llegó a alarmarlos a todos – continúa. – Sin embargo, cuando logró dominarlo en el remanso perfumado del camarote, hicieron un amor tranquilo y sano, de abuelos percudidos, que iba a fijarse en su memoria como el mejor recuerdo de aquel viaje lunático – pausa su lectura y voltea hacia la cámara para comprobar que lo esté escuchando.
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Posdata [Emiliaco]
RomansaEmilio es un joven de diecisiete años, que está cursando su último semestre de preparatoria mientras se prepara para entrar a la universidad y estudiar lo que le ha apasionado toda la vida: historia. Todo parece bastante simple en su vida, hasta que...