Cartas 16. 1944.

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Carta 61. H.C., Durango

Mi gran amor.

Hoy mientras paseaba por la plaza recordé los días que pasamos aquí hace unos años. Fueron un par de días maravillosos. De verdad me abruma lo rápido que ha pasado el tiempo.

Hace quince años te escribí la primera carta, y desde entonces hemos seguido escribiéndonos sin cesar, intentando abarcar tres meses en un puñado de letras.

Parece increíble que he visto nacer tantas primaveras y morir tantos inviernos, mientras intento plasmar en un papel todas las cosas que quiero decirte. Tal como dije en la primera carta que te envíe, cuatro cartas al año no han sido suficientes, y mil tampoco lo serían, ni aun sumándoles los telegramas, ni nuestras esporádicas visitas.

Las palabras nunca me bastan, mucho menos porque me recuerdan que en realidad no nos tenemos el uno al otro, solo tenemos eso, palabras.

Mi amor por ti no ha hecho más que crecer en todos estos años, a pesar de todo. No cabe en mí, no cabe en estas cartas, ni en ningún lugar. Y me duele, porque un amor tan grande no debería haber destinado a ser de este modo, a vivir únicamente en las sombras, a través de cartas, a través de visitas en las que nos ocultamos de todo y de todos.

Amar no debería representar un peligro para nadie, y nosotros siempre lo hemos sentido de ese modo. Yo nunca he podido dejar de temerle a alguien que, al igual que mi padre lo hizo, piense que merezco morir únicamente por lo que soy. Y me aterraba aun más que tú tuvieras que pasar por algo así, porque siempre me he preocupado más por ti que por mí mismo.

Por eso nunca insistí demasiado en que huyeras conmigo, ¿sabes? Porque era ponerte en riesgo, y que tú estuvieras bien era lo que más me importaba.

Te extraño, y te amo. Más que nunca, te lo aseguro.

Posdata. Contando cada gota de agua en el mar, cada grano de arena en el desierto...

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Carta 62. H.C., Durango

Mi gran amor.

Me preguntaste en tu última carta que entonces por qué no considere quedarme como trabajador en la hacienda. Creo que te lo he explicado antes, pero por mucho que seas lo más importante para mí, siempre he sido demasiado egoísta.

Y no podía pasar el resto de mi vida viéndote formar una familia, mostrándote orgulloso de tus hijos ante todo el mundo y a la luz del sol, mientras yo me tenía que conformar con amarte al amparo de las sombras, cuando no hubiera nadie más que nosotros dos.

Nos íbamos a hacer mucho daño si elegíamos esa opción, y lo sabes tan bien como yo.

Y si elegíamos huir juntos, entonces lo más probable es que otros acabaran haciéndonos daño. Como a los hombres de los que ese amigo de tus padres habló una vez, ¿recuerdas? Esos a los que descubrieron que eran pareja. Al que mejor le fue acabo preso; el otro, muerto.

No sé si habríamos tenido otro destino, y ya es muy tarde para averiguarlo.

Te amo.

Posdata. Contando cada gota de agua en el mar, cada grano de arena en el desierto...

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Carta 63. H.C., Durango.

Mi gran amor.

Tienes razón con que es un sinsentido atormentarnos con preguntas para las que no tenemos respuesta. Te prometo que intentaré ya no hacerlo, aunque sabes que a veces no consigo evitarlo.

Y me gustaría ahora cambiar de tema, hablarte de algo más alegre incluso, pero no puedo porque ocurrió algo que debo contarte, y en cierto modo guarda relación con lo que discutimos en nuestras últimas cartas.

Hace unos días me topé con el primo de Rosa, Apolinar, ese al que visitaste en los días que estuviste aquí hace unos años. Me reconoció porque esa vez te acompañé a conocer su hacienda, e insistió en hablar conmigo el día que me lo encontré.

Al principio no entendía qué quería conmigo, por qué podría yo importarle si tú no le diste ninguna señal de que yo significara algo para ti. Pero no sé cómo, él lo supo.

Supo de nosotros, quiero decir. No tengo idea de cómo, no sé si nos vio, si alguien lo hizo y le contó, no tengo idea, no quise hacerle preguntas tampoco.

Me llené de miedo cuando comprendí lo que me estaba diciendo, sobre todo porque su voz sonaba muy amenazante, y no estaba seguro de que no quisiera hacerme daño. Antes de que te preocupes, no, no me hizo nada.

Pero sí me amenazó con que te dejara en paz, me insultó y me dijo que le contaría la verdad a su prima en la próxima ocasión que la viera en persona. Yo no le dije nada, y solo me largué de ahí.

Sé que el que le cuente a Rosa no va a tener ninguna consecuencia, pero me preocupa que pueda hacer algo más que eso. Me iré de aquí a penas te envíe esta carta, y no creo volver, por mucho que ame esta ciudad, y por mucho que tenga maravillosos recuerdos aquí a tu lado.

Por favor envía tu siguiente carta a la dirección de mi hermano, ahí estaré al menos por lo que resta del año.

Te amo.

Posdata. Contando cada gota de agua en el mar, cada grano de arena en el desierto...

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Carta 64. H.C., Puebla.

Mi gran amor.

Me tranquiliza saber que ni Rosa ni tú consideraran que Apolinar representara un peligro, y sobre todo saber que ella se encargara de convencerlo de que está equivocado cuando le cuente lo que descubrió. Me hace gracia pensar que seguramente se iría de espaldas si supiera que si hay alguien al tanto de nuestra relación es precisamente Rosa.

Dicho eso, y tal como me lo pediste, dejaré ese asunto en el olvido.

¿En qué momento pasaron tantos años que tu hija ya es lo suficientemente grande como para hacer su primera comunión? Aun recuerdo cuando me contaste que Emilio haría la suya, hace casi ocho años ya.

No estamos haciendo viejos, ¿no crees? A veces siento que sí lo soy, y es que en mi vida han ocurrido tantas cosas, algunas terribles, y otras maravillosas, como tu llegada, que no puedo concebir que todas hayan ocurrido en los treinta y cuatro años que tengo.

Parecen muchísimos, y muy pocos al mismo tiempo.

Los finales de año siempre me traen esta clase de reflexiones, pero creo que nunca te las había compartido.

Espero que estén todos bien, mi amor. Felices fiestas. Te amo.

Posdata. Contando cada gota de agua en el mar, cada grano de arena en el desierto...

Posdata [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora