Capítulo 41. Pizzas y peleas.

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—Wey, ¿a ustedes también se les hizo eterna esta clase? —pregunta Chava en cuanto la maestra de inglés sale del salón.

Todos asentimos lánguidamente mientras guardamos nuestras cosas para irnos.

—Ay, no —dice Joaco de pronto, mirando la pantalla de su celular. Lo miro con curiosidad—. Mi mamá quiere que pase por mi hermana —me explica.

—Pero te había dicho que sí podíamos ir por un helado —me quejo.

—Ya sé —murmura él con desánimo—. Lo tendremos que posponer, amor. —Me encojo de hombros y le sonrío con tristeza.

—Ya vámonos, ya es viernes, ¿por qué seguimos aquí? —lloriquea Chava.

—Deja de ser dramático, Salvador —le reclama Fer.

—Yo también me pregunto por qué seguimos aquí —comenta Mar.

A ella Fer no le reprocha nada, y todos terminamos de alistarnos para irnos. Caminamos los ocho hacia la puerta, y dos chicas pasan por nuestro lado rebasándonos, y empujándonos a Chava y a mí en el proceso.

Ni Tamara ni Carmen nos piden disculpas, pero decidimos no decir nada y solo les dirigimos una mirada de exaspero.

Ya afuera del salón nos topamos de nueva cuenta con las dos chicas, ahora acompañadas por un tercer individuo: Christian. A cualquiera que no sepa quién es Christian, créame, lo envidio.

Él y Tamara están abrazados besándose, y lo único que puedo pensar es que son el uno para el otro. Intercambio sendas miradas de asombro con mis amigos y mi novio, pero seguimos caminando sin comentar nada al respecto.

—Tengo que ir al baño —nos dice Joaco—. ¿Me esperan afuera de la escuela?

—Claro que sí, amor —le respondo. Se va rápidamente y los demás seguimos caminando.

Chava empieza a decirme algo sobre su perro, pero un comentario a nuestras espaldas lo hace quedarse callado.

—Marianita, ya por fin te conseguiste a un grupo de raritos que te hiciera compañía, ¿verdad?

Es Christian quien habla, y la expresión de incomodidad en el rostro de Mar deja muy en claro cuánto le desagradó el apodo por el que la llamaron, así como el comentario posterior. Todos nos volteamos y le hacemos frente al chico y las dos chicas que lo acompañan

—¿Aún no aprendes a callarte? —le pregunta Fer.

—Nadie te habló a ti, Fernanda —interviene Tamara.

—Nadie les habló a ustedes en primer lugar —señala Josh.

—¿Te comió la lengua el ratón, Marianita? —insiste Christian—. Te estoy hablando.

—Deja de decirme así —le pide Mar—. Y no los molestes a ellos, ni a mí tampoco.

—Yo te digo cómo quiera, rarita —declara—. Te crees mucho porque eres buena para esas mierdas de física y no sé qué mamadas, pero...

—¡Ya cállate, imbécil! —espeto sin pensar.

—¿Qué te hace pensar que te voy a hacer caso, pinche joto? —avanza un paso hacia mí—. Que, por cierto, ¿dónde dejaste a tu noviecito? ¿Anda puteando por otro lado?

—¡Que te calles, pendejo! —le grito sin moverme de mi sitio frente a él.

—¡Cállame, a ver si muy madres, cabrón! —me reta.

Así que le suelto un puñetazo en la cara.

La parte más sensata de mi mente me recuerda que:

1. No debería estarme peleando a golpes en plena escuela.

Posdata [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora