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Capítulo 53

"El Sr. G.M como terapeuta"




Estuve casi una hora completa llorando.

El frío suelo del baño logró congelar por completo la mitad del rostro que tenía apoyado allí, el calambre en mi brazo izquierdo me sugirió que ya era momento de levantarse y pensar las cosas con más claridad. Con mis manos sostenía los sobres con sus respectivas cartas guardadas, como si nunca las hubiese leído y comprendo que mi hermana no haya querido enviarlas a sus destinatarios. Ella siempre pone por encima a los demás por sobre ella.

Yo no. Me puse a mí por delante sin darme cuenta de las cosas. 

Tomé los libros que estaban en mi mochila y antes de abrirlos, respiré profundo y solté el aire. No estaba preparada para leer el contenido de aquellos libros, y para todos los colmos, eran tres. En estos momentos, creo yo, que estaba pensando con un poco más de lucidez y la mejor decisión que pude haber tomado es la que esta en mi cabeza: asistir a un psicólogo para asimilar un poco todo lo que está en mi cabeza, superar ciertas situaciones de una manera sana y permitirme ser ayudada.

Marqué el número de mamá y me atendió:


¿Hellen? ¿Hija, no deberías estar en clases? —preguntó mamá al otro lado de su celular, no tardó en responder a mi llamado a pesar de estar en su trabajo.

—Mami, necesito ayuda —suspiré intentando no llorar para no preocuparla.

Hellen, me estás asustando, ¿estas bien? —insistía —¿Se trata de tu hermana?

—Han pasado cosas pero necesito estar lista para hablarlo sin que eso me haga daño, mamá —pronuncié con mi voz quebrada —. Quiero ir al psicólogo de la familia.

Hija, me estoy preocupando por tu llamado. ¿Cuál es la necesidad? Sabes que el Sr. Mullborgh murió hace ya un año, ahora hay una persona suplente —informó.

—Necesito ir mamá —lloré.

Espera, enseguida te envío su contacto o, en estos momentos estoy utilizando la computadora de la oficina, puedo sacar un turno con un horario

—Gracias, sí. Lo necesito —corté la llamada porque ni siquiera podía hablar.


Nosotras teníamos un psicólogo familiar, él nos atendía a mí y a Ellie cuando eramos chicas para poder adaptarnos a este nuevo país pero en cuanto crecimos y nos volvimos adolescentes, comenzamos a contar nosotras mismas con nuestro apoyo mutuo y ya no fue necesario ir a algunas sesiones, poco a poco fuimos abandonándolas. 

Nunca pensé que volvería a ir.

Limpié enseguida mis lágrimas porque alguien se acercaba a mí. Nunca pense que seria capaz de entrar al baño de niñas, y si no fuera por mi estado de ánimo, será una gran anécdota para contar.


—¿Qué haces aquí? —pregunté sintiendo como Raymond se sentaba al otro lado de la puerta del cubículo.

—¿Cómo supiste que se trataba de mí y no de alguien más? —me devolvió su respuesta con otra pregunta.

—Es que usas esa fea colonia desde que nos conocimos —aclaré tragándome los mocos y limpiando mi nariz —, y vi tus zapatillas.

El Alpha de las tinieblas: El comienzo de un finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora