Enfermo de dolor

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Matt:

Saqué el peluche de la bolsa y volví a abrazarlo con todas mis fuerzas. Apreté los ojos e hice un gran esfuerzo por respirar de forma regular. Un ataque de pánico estaba apoderándose de mi cuerpo. Sentía mis manos temblar, entumirse, y hormiguear, mi corazón latía tan fuerte como un tambor. Tambor que resonaba en mis oídos, haciéndome sentir más aturdido. Sin olvidar las intensas ganas de llorar que venían cada vez con estos malditos ataques.

Sentía como si en mi pecho se empezara a liberar un sentimiento, uno que para mi desgracia ya había experimentado. Un miedo que yo había decidido enterrar desde hacía mucho tiempo. Pero ahora parecía estarse escapando del ataúd.

¿Por qué había perdido el control con Blake?, ¿por qué me atraía tanto?, ¿por qué tuve que permitir que durmiera a mi lado?, maldita sea. Ni siquiera yo me explicaba el por qué lo había hecho. No había dormido con ninguna otra mujer después de que Courtney partió. Yo mismo me había hecho a la idea de que nadie podría ocupar jamás su lugar.

Sollozando incontrolable, me deslicé hasta el suelo, doblé las rodillas y me resigné a que ese ataque me había hecho su esclavo una vez más.

*Flashback*

Desperté. ¿Cuánto tiempo exactamente llevaba dormido?, ¿dónde me encontraba? Sólo podía recordar a Zacky forcejeando conmigo, suplicándome que no lo hiciera. A muchísimas otros de sus hombres haciendo lo mismo. ¿Que no hiciera qué? No podía recordarlo. Lo único que podía recordar con claridad, y para maldita mi suerte... lo que a Courtney le había sucedido. Lo que le había sucedido por mi culpa. Todo por mi culpa. Mis ojos se llenaron de lágrimas al instante, me incorporé y me encontré a mí mismo, recostado en una camilla, dentro de una habitación, que no era de un hospital. No al menos de un hospital común y corriente.

Sabía exactamente que lo que había pasado no tenía remedio, no podía retroceder como si esto fuera una película. No podía encontrar una máquina del tiempo, y hacer que esto jamás hubiera pasado. Pero mi mente seguía encontrando razones para negarme rotundamente a todo.

Me levanté de la cama, corrí hacía la puerta, intentando salir de ahí. Pero esta, no se abrió. Era una fuerte puerta, reforzada, y sólo con una pequeña ventanilla a la altura de mi rostro.

—¡Zacky! —grité tan fuerte como pude—. ¡Zacky!, ¡Zackyyyyyy!

—Chico, tienes que tranquilizarte. —Un hombre, completamente desconocido se asomó por la ventanilla.

—¡Sáquenme de aquí! —Mi pie derecho comenzó a patear una y otra vez la puerta. Cada vez con más fuerza. Pero lo único que lograba era lastimarme. Empecé a usar los puños, mis hombros, y absolutamente todo mi cuerpo para intentar abir, al tiempo que me desgarraba la garganta.

—¡Doctora Gorski, se está golpeando contra la puerta! —gritó alguien desde afuera. Ni siquiera supe si había sido el mismo hombre que hace unos segundos había intentando calmarme.

Estaba hecho una bestia. Llena de ira, y dolor. Sólo quería salir de ahí.

La puerta por fin se abrió, pero antes de que pudiera escapar, un par de hombres con uniformes blancos, entraron y me cogieron por ambos brazos.

—¡Suéltenme! —grité al tiempo que forcejeaba con ellos—. ¡Courtney!, ¡Zacky!

—Matt... tranquilo. —Una mujer de unos cincuenta años, vestida con una bata blanca, entró a la habitación y empezó a hablarme como si me conociera.

—¿¡Quién es usted!? ¿¡En dónde carajos estoy!? —pregunté entre lágrimas, forcejeos y gritos de desesperación.

—Estás en el hospital psiquiátrico Weill Cornell, en Manhattan. Yo soy la doctora Gorski, y seré tu terapeuta durante tu estancia aquí.

Set Me FreeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora