Instintos

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Cuando la noche cayó, Mohammed me llevó con ayuda de su Audi, hacia el supuesto bar.

—¡Oye, esto no es un bar! —chillé al entrar al lugar. Un enorme lugar, iluminado por luces neón y una gran cantidad de mujeres semidesnudas y desnudas.

—Ya, pero esto es mejor. —Se encogió de hombros.

—Joder, contigo... —Rodé los ojos.

—Viejo, debes contarme —dijo mientras nos acomodábamos en un sofá de tercipelo morado—. ¿Tú y Blake qué? ¿Follaron o no?

—Hombre, eres mi amigo, pero ya sabes que no soy el tipo de sujeto al que le gusta hablar de cómo dónde y cuándo se folló a tal chica, como si de ganar un trofeo se tratara. Soy un patán, pero no llego a ese extremo.

—O sea que sí hubo algo. —Sonrió de lado.

—Ya, tal vez. Pero no volverá a ocurrir, sólo somos amigos... —dije masajeando mi nuca.

—No volverá a pasar, ¿eh?

—No, no...

—Vamos, amigo, sabes bien que cuando ambos se tienen ganas, es difícil controlarlo. Y se nota enseguida que estás súper enamorado de ella... —Abrí los ojos como platos y me incorporé velozmente en el sofá, en el que hacía un segundo estaba desparramado.

—¿¡Qué dices!?

—Tranquilo, viejo...

—Que sea mi amiga y que tal vez haya algo de atracción, no quiere decir que esté e... e...

—Enamorado.

—Eso. No digas tonterías —dije irritado.

—Vale, no dije nada.

Una chica con nada más que una tanga negra, se me acercó y se sentó sobre mis piernas. Aquello había sucedido tan rápidamente, que ni siquiera había tenido tiempo de impedirlo.

—Hola, ¿hay algo que pueda hacer por ti? —dijo provocativa, acariciando mi cabello.

—Ehm... no, no, nada, gracias... —Sonreí nervioso y sostuve su mano, invitándola a quitarse de encima de la manera más amable posible. Gesto que por fortuna, la chica comprendió y se levantó.

—Linda, traenos a mi amigo Matt y a mí, un par de tragos de tequila.

—¿¡Tequila!? —pregunté con el mismo tono chillón de cuando entramos.

—Sí, ¿qué tiene?

—¿Sólo así? Yo mejor quiero una margarita de limón.

—Ahhh por favor, viejo, es para entrar en calor. —Rió Mohammed.

—No quiero embriagarme de nuevo, aún me duele la cabeza y esta música no ayuda —dije casi gritando.

—Dile a tu amigo que si quiere ir a un lugar más tranquilo a que le quite todos sus malestares, puede decírmelo —le dijo la chica a Mohammed, para después guiñarme un ojo.

—¿Lo ves? En un bar no te consienten así de bien, amigo. ¡Aquí es fantástico! —No pude evitar reír por lo bajo—. Me volveré cliente frecuente.

—Pues será un placer tenerte por aquí seguido, guapo. —mencionó la chica.

—Uuuhhh... —exclamó Mohammed, haciéndome soltar una carcajada—. Sí, definitivamente me he vuelto cliente frecuente.

—Un trago de tequila y una margarita, entonces...

—Por favor, linda —respondió Mohammed.

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