"Esto es de lo que soy capaz de hacer por ti..."

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Blake:

Cuando los padres de Chas se fueron, transcurrieron al menos un par de horas, pero el tiempo aquí parecía hacerse una eternidad.

Mis ojos se habían cansado de llorar y mi costilla derecha vaya que dolía. Gracias a las patadas de Chas. Mi nariz había dejado de sangrar, pero el dolor era más soportable que el de la costilla.

Escuché sus pasos aproximarse, hasta que abrió la puerta.

—Ah qué buena chica...

Dijo al verme justo de la misma manera en la que me había dejado horas atrás.

—Para tu información, tu golpe me ocasionó una grave lesión y no voy a poder complacerme por culpa tuya —explicaba, mientras yo, tendida en el piso me negaba a mirarlo—. Por ahora... Tenemos mucho tiempo, ¿no, cariño? Así que ya me daré el gusto... Y tú... —Se puso de rodillas y se inclinó hacia mí—. Tú vas a quedarte... ¡Mírame! —ordenó, taladrando mis oídos al darse cuenta que no lo miraba ni por un instante.

Invadida por el terror, hice lo que me pidió y ahogué con una bocanada de aire lo que quería decir.

—Tú vas a quedarte quieta y lo vas a disfrutar tanto como antes lo hacías... ¿Lo recuerdas? —Encajó las yemas de los dedos de su mano derecha en mi mandíbula—. Pero por ahora, quiero que estés calladita y tranquila hasta que el avión venga por nosotros, ¿está claro?

—Sí... —respondí sin más.

—Eso es... —Retiró las esposas—. Ponte a barrer, esta cabaña es un asco. Y también quiero que pongas repelente en las entradas, estos estúpidos moscos me tienen harto.

Apenas pude incorporarme lentamente del suelo. Tal vez había sido la posición o los golpes de Chas, o ambas cosas, pero sentía como si un coche me hubiera arrollado.

—¡Y apúrate! —dijo chasqueando los dedos, para después de salir de la cocina.

Me puse de pie como pude y comencé a buscar el líquido para limpiar pisos en donde ya lo había visto anteriormente. Tomé la escoba, un trapeador y comencé limpiando la cocina, ya que la sangre de mi nariz aún se encontraba regada por el suelo.

Mientras yo me encargaba de limpiar toda la casa, Chas, sentado en el sofá cama sólo vigilaba cada uno de mis movimientos, mientras veía el televisor.

Me esforzaba por ver cada detalle y rincón de aquella cabaña, pero el dolor de mi costilla estaba disociando todos mis sentidos.

—Chas... —dije doblada del dolor.

—¿Qué quieres? —preguntó sin dejar

—Me duele mucho... Creo que me fracturaste una costilla...

—¿Qué? —preguntó entre una burlona risita.

—Me duele mucho... —dije sosteniéndome con el trapeador.

—¿Estás diciéndome que yo te fracturé una costilla? —Se incorporó en el sofá y se inclinó hacia adelante sin dejar de mirarme—. Echarme la culpa de tus problemas, no es muy educado de tu parte, nena.

—Necesito ir al hospital... —musité adolorida.

—¿Al hospital? Oh, no, cariño. Eso es imposible. Toma algo para el dolor y ya, no fue para tanto.

—Llévame a un puto hospital ahora mismo... —dije con tanta rabia, como dolor.

—¿Estás haciendo esto para dejarme toda la limpieza a mí, verdad? Te recuerdo, cielo, que el hombre no se encarga de esas tareas.

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