Capítulo 40

205 12 0
                                    

En el capítulo anterior de El Resurgir de los von Carstein, nuestros protagonistas entraron en la sala que iba a ocurrir la primera prueba de los Exámenes Chunnin; por otro lado Danzo planeaba con Orochimaru un plan para Konoha. En Uzu no Kuni Karin se mantenía alerta con los Skavens y observaba con detenimiento los movimientos de Oscar von Carstein. Y, finalmente, en Hi no Kuni, Vasilisa Feinberg comenzaba a moverse tras largo tiempo en espera.

P. O. V. Normal

Más allá del Continente Elemental, Montañas del Demonio Sangriento, Karak-Berngaruhm, Salón de los Reyes

Las cosas no habían salido según lo planeado por Throthaig, el Rey de Karak-Berngaruhm. La Muralla de los Diamantes sucumbió al asalto del enemigo tras una semana más de combate desde que el Señor del clan Gongi avistó a los hombres rata. Sus fuerzas dieron cara su piel en cada palmo de terreno de la muralla; por cada vida dawi perdida los thaggoraki perdían a una decena, pero eso no era suficiente para soportar la marea de enemigos y detenerla en las posiciones defensivas.

Pero todo se desmoronó en el momento que el mismísimo Sequeek el Conquistador lideró un asalto personal a la cabeza de su Guardia Roja siguiendo la estela de humo el resto de las fuerzas del clan Mors. Gongi junto al clan Barril Amargo lucharon bien ese día, asesinando todo lo que se encontraron, pero no pudieron detener la fuerza que suponían las Alimañas de élite del Conquistador y el propio Sequeek, que decapitó de un solo tajo al Señor del clan enano. Poco tiempo después, la mayoría de los dawi que defendían la Muralla de los Diamantes yacían muertos, los pocos que quedaban huían a los niveles superiores y la milenaria defensa estaba tomada por las roedoras y sucias manos de los hijos de la Gran Rata Cornuda.

Tras eso el clan Mors continúo su avance sin piedad, con los defensores del Gran Pico del Hierro luchando por cada milímetro de tierra de su reino, cada salón, cada puerta, cada pasillo, cada ventana, libraban una encarnizada batalla por todo y, aunque supusieron un dolor de cabeza y retraso para los planes del descendiente de Queek, finalmente el Señor de la Guerra pudo abrirse paso por las cámaras superiores de Karak-Berngaruhm.

En una de las últimas batallas que libraron fueron en el gran pasillo de los Reyes, conocido por ese nombre por dar paso al Salón de los Reyes de Karak-Berngaruhm, la sala del trono del rey al mismo tiempo que sala de su consejo, ahora reducido a varios clanes sin señores. En el camino a la última línea de defensa de los enanos, el primogénito y heredero al trono, Srilgid, Puño de Hierro, pereció por un tajo de Desgarracarne, y cuando los Martilladores de la Guardia Real intentaron llevarse el cuerpo para que no fuese despedazado y saqueado por sus enemigos, tuvieron que dar la vida diez miembros de la escolta del rey para salvar al fallecido heredero.

Throthaig: (Hemos perdido casi todo el reino. La gran parte de mi pueblo se encuentra tendido en el suelo muerto por los malditos thaggoraki. Mi hijo ha caído a manos de Sequeek. Es la ruina, la ruina ha llegado a Karak-Berngaruhm). Pensó con pesar el rey en uno de sus ataques de pesimismo. Los últimos meses solamente engrosaban su lista de derrotas, y las pocas victorias que tenían eran efímeras y pírricas como para cambiar las tornas de la guerra; un ejemplo de eso último fue la última confrontación que tuvieron contra los Skavens, aunque ganaron porque se replegaron perdieron cientos de buenos guerreros y al último miembro de su familia. – (No puedo decaer. Mi pueblo me necesita más que nunca ahora. Si no puedo liderar esto, no valgo el título que ostento) -. Se animó mentalmente mientras reforzaba el agarre sobre su hacha y escudo para centrar su vista en la puerta cerrada y apuntalada que daba acceso al Salón de los Reyes.

La habitación era amplia, fácilmente medía ocho metros de ancho por treinta de largo; unas columnas de piedra decoradas con arreglos de oro pulido se abrían a los flancos de la puerta hasta llegar al trono, un asiento tallado en la misma piedra y decorado con piedras preciosas, un trono para un rey. Unos grandes ventanas situados en el techo hacía entrar la poca luz del día para poco tiempo pasar a la oscuridad de la noche, por lo tanto, un mar de antorchas fueron clavados en el suelo para mantener alumbrado el lugar, por mucho que el calor sufrido era abrasador.

El Resurgir de los von CarsteinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora