Capítulo 75

87 8 1
                                    

En el capítulo anterior de El Resurgir de los von Carstein, Ku'gath, Padre de la Plaga, ocupaba el Reino de Ghyran mientras Alarielle, la Reina Eterna de los Elfos, se escapaba de sus garras una vez más.

P. O. V. Normal

Más allá del Continente Elemental, Reinos Mortales, Reino de Ghur

Bolorog estaba enfurecido. No, más que enfurecido, estaba colérico, lleno de una furia primigenia más allá de su actual naturaleza demoniaca. Todo había comenzado a ir mal en su campaña en Ghur desde la llegada del Dios-Rey de Azyr.

La incursión liderada por él mismo había comenzado fenomenal, con las huestes sigmaritas apostadas en el Reino Mortal librando batalla desesperada tras batalla desesperada en un vago intento de detenerlo. Pero sus legiones había prevalecido imponentes ante la masa de carne y fe que les arrojaron.

Tardaron dos semanas enteras en tomar y acomodar las fortalezas fronterizas y las primeras Ciudades Libres de Sigmar al gusto del Señor de la Podredumbre, pero ese tiempo que gastaron que vio en su momento oportuno gastarlo fue un error justo después de continuar la marcha. Lo primero que se encontraron luego de reanudar su avance fue a cinco Huestormentas que los retrasaron el tiempo suficiente como para enfurecer a Bolorog y entrase en un ataque de rabia primigenio.

Tuvo que esperar tres días valiosos para exterminar a dos de esas malditas formaciones de campeones del Señor de Azyr para poder imponerse al resto y continuar su campaña. La virulencia con la que azotó las ciudades y castillos enemigos fue atroz, mostrando poca piedad con las pobres almas que llegaba a toparse. Los demonios menores que le seguían se vieron influenciados por su estado de ánimo y arremetieron contra los mortales con igual o peor fuerza que su señor.

Lo mejor de todo eso fue la recolecta de miles de cadáveres que utilizó para crear una plaga vieja en las crónicas sigmaritas: la Plaga Pestedrama. Esa enfermedad arrasó y consumió ciudades enteras, chupando todo rastro de vida que no fuese una contaminación o visión deformada de la misma, una cosa que asustaría y dañaría el corazón de la diosa de la Vida de Ghyran.

Lo mejor de esa plaga fue que ablandó el terreno para sus huestes, destruyendo todo lo que quedaba a su paso. No obstante, en ciertos momentos, algunas fuerzas sigmaritas eran salvadas por un halo de tormenta y furia, siendo teletransportadas después de que los rayos arrasasen y achicharrasen a sus demonios. Al parecer el mismísimo Sigmar había llegado a liderar la defensa del Reino de las Bestias.

Con eso en mente la Gran Inmundicia comenzó a utilizar con más frecuencia a los humanos que le seguían y les ordenó comenzar a acumular una vez más los cadáveres de los humanos asesinados por sus armas o plagas. Lo último lo remarcó con gran importancia. La llegada del dios de la Tormenta complicaba todo para los planes del demonio mayor.

Entonces decidió dividir sus fuerzas y atacar con dos puntas de lanza que acabarían dividiéndose en siete para honrar el poder del gran Nurgle. Al mando de la mitad de su ejército puso a otra Gran Inmundicia conocida como Glolgladox el Purulento. En opinión de Bolorog Glolgladox era alguien que no valía la pena mantener a su lado salvo para acabar con las líneas enemigas, la única cosa para la que servía: asesinar.

Con la hueste del Purulento marchando por el sur, dirección que pensó que podría hacer desviar parte de los ejércitos del Orden, continúo su marcha hacía adelante, sin importar a que lugar iba. Lo único que le importaba era traer las virulentas nuevas de su señor a todo el mundo que podía.

Esa fue una de sus peores decisiones. A la tercera semana de haber separado todo su ejército en dos se encontró con todo un mar de soldados sigmaritas, Enanos y Elfos al servicio de Sigmar y a un mar de Huestormentas, todo esto liderado por el propio Dios-Rey en persona.

El Resurgir de los von CarsteinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora