Capítulo 52

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En el capítulo anterior de El Resurgir de los von Carstein, un último intento por parte de Sigmar de apoderarse de Shyish fracasó ante las afueras de Nagashizzar al enfrentarse a la hueste de la Sangre y, posteriormente, a las fuerzas del Gran Nigromante, y al propio Nagash en persona tras revivir, al mismo tiempo.

P. O. V. Normal

Más allá del Continente Elemental, Reinos Mortales, Reino de Ghyran

Alarielle se encontraba ansiosa. Era un sentimiento bastante extraño para ella, ya que no había sentido esa sensación en muchas ocasiones. La sed de venganza y sangre que corría por su divino cuerpo era tal que estuvo a punto de abandonar todo a un lado, dejar de reinar para sus elfos y espíritus del bosque, dejar de ser la diosa de Ghyran y enzarzarse en combates contra los siervos de Sigmar y Nurgle que se encontrase en su camino; pero retuvo esos pensamientos y dirigió a su pueblo a la guerra una vez más, aunque sentía que podía ser la última según las circunstancias actuales.

Tras reducir a cenizas una ciudad de Sigmar más, con sus habitantes no elfos pasados por la espada y los supervivientes élficos nutriendo de nuevos soldados a sus ejércitos, Alarielle rápidamente lo sintió. Como si de un cuchillo envenenado hundiéndose y abriendo una herida en un animal indefenso, notó como decenas, sino centenares de portadores del Caos se abrían por todos los Reinos Mortales; de ellos surgieron miles de bestias y hombres siervos de los Poderes Ruinosos, con el plan de anegar la civilización a una nueva época de oscuridad, pero esta vez para siempre.

Pero entre todas estas aberturas a lo más parecido a un infierno notó dos importantes para su dominio sobre el viento de Ghyran; uno en sus dominios; y otro en el reino lejano de Ghur, el reino del saber de las Bestias. Esas dos aperturas eran como si le hubiese provocado dos heridas invisibles que no paraban de agrandarse con el paso de los días.

Con la decidida determinación de acabar con ese mal de una vez por todas y dar una lección a Nurgle, la Reina Eterna reagrupó a todas sus huestes, legiones y regimientos y marchó a encontrarse con los demonios de la plaga. Entre Sigmar y el dios de la Podredumbre decidía tener de enemigo a largo plazo al primero porque no afectaba a su dominio, el segundo sí.

Durante el trayecto fueron uniéndose más y más elfos y espíritus del bosque con el mismo sentimiento de venganza por el daño que causaban los portadores de las infecciones a la tierra y a su señora. Por cada día que pasaba el temperamento de sus súbditos de carne y hueso degeneraba en una sopa extraña de ansías de campos repletos de sangre de sus enemigos y un puro deseo de defender los bosques donde habían nacido.

Una gran sorpresa para la diosa de Ghyran fue presenciar la llegada de los Altos Elfos a sus dominios que, liderados por Tyrion, Teclis y un revivido Eltharion, arribaron para combatir a su lado una vez más. Eso hizo florecer un sentimiento, una ambición que llevaba milenios encerrada en el corazón de Alarielle, la de unificar una vez más su pueblo en uno solo y no en tres como en esos tiempos que corrían.

La incorporación de los ejércitos de los dioses de Hysh fue un soplón de aire fresco para los elfos silvanos, que observaban, con gratitud, como volvían a unirse contra el enemigo común una vez más. No luchaban juntos desde la expulsión de los ejércitos del Caos hacía milenios atrás, por lo que si se volvían a rejuntar significaba que el peso del destino volvía a recaer sobre sus hombros; una tarea que estaban orgullosos de sostener.

Las disciplinadas huestes de Tyrion y Teclis contrastaban con las salvajes formaciones de sus guerreros élficos, pero eso a Alarielle poco el importaba. Al final en el campo de batalla las tropas de Hysh podrían mantener muy bien su posición, pero los arcos a su disposición serían los que les salvarían de un aprieto.

El Resurgir de los von CarsteinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora