Capítulo 11 - Hope

153 19 16
                                    

Si votan me ayudarían un montón*

RESPIRAR
Baviera, Alemania

23 de agosto

Cuando llegué a Australia pensé que mi vida iba a ser buena, no tardé mucho en darme cuenta de lo contrario.

El hoyo en que yo sola me había metido era profundo y había arrastrado a Diego conmigo. El alcohol no me era desconocido, de hecho, el vodka se volvió mi segundo mejor amigo, pero una de esas noches una amiga fumaba un porro y dudé muy poco al aceptar cuando me ofreció darle una calada.

Me gustaba la sensación. Me adormecía, entre tanto dolor, era lo que necesitaba. Demasiado pronto comencé a necesitar algo más fuerte, algo que me ofreciera un descanso real porque la culpa y el odio hacia mí misma amenazaba con vencer. Había considerado terminar con mi dolor para siempre, pero, en el fondo aún tenía esperanzas de que el dolor desapareciera si esperaba lo suficiente. Se suponía que el tiempo debía ayudarme con ello, si podía aguantar lo suficiente, un día ya no me destruiría ver a Amanda con Ashton en sus brazos y podría pronunciar el nombre que le di a mi bebé en voz alta.

Estuve en rehabilitación, no solo debía dejar para siempre aquellas sustancias que acababan conmigo, yo era mi peor enemiga y debía sanar si quería recuperar mi vida. Recaí muchas veces, cuando las cosas se ponían difíciles mi solución siempre era embriagarme para terminar llorando en el hombro de Amanda al día siguiente, pidiendo disculpas por haberla decepcionado y prometiéndole que jamás lo volvería a hacer; ella solo me abrazaba y prometía que todo estaría bien. Las drogas eran algo completamente del pasado, mantenerme lejos del alcohol era más difícil, se había convertido en una lucha constante en los días malos, dónde debía recordarme que me había elegido y ahora debía cuidar de mí.

No era la persona más estable, las últimas semanas ya lo habían alborotado todo, Feith fue el detonante. Así como lo habían sido mi padre y mi madre en ocasiones anteriores.

Al llegar a casa no había nadie, supuse que Diego había ido a su casa con Oliver, pensé en llamarlo, pero sabía sus planes para arreglar su situación y si ya había sido la causa de los problemas no podía arruinar todo de nuevo. Hiro no debía tardar en llegar y no quería que oliera el aroma del alcohol que desprendía mi ropa y cabello.

Fui directamente al baño y al verme en el espejo no detalle mi rostro —sabía que me encontraría allí—, me fijé en la camiseta que llevaba, era de Sam.

No pude evitar reír mientras me la quitaba. No era una camiseta vieja, lo curioso era el logo de los Red Sox en medio de la parte delantera. Busqué en mi armario la polera que le combinaba, una que jamás devolví a su dueño. Tal vez debería hacerlo.

Ver aquella prenda generó que algo se removiera en mí.

Sam.

Él me había visto ebria y no solo eso. Sabía de las dos veces que había intentado acabar con mi vida a pesar de que todas las personas que lo sabían habían prometido guardar silencio, alguien debió decírselo. Me sentía tan avergonzada, ¿qué pensaría Sam de mí ahora? Él presenció una parte de mí a la que odiaba y había hecho de todo por eliminarla, pero era demasiado difícil, no se trataba de solo tirarla a un rincón y fingir que nunca existió, era una lucha de todos los días.

Porque eso eran las adicciones, constantes y duraderas. Dependía de mí y de cómo decidía afrontar los días malos si lograban vencerme.

Dejé mi tesoro en su lugar usual antes de tirar todas las prendas que llevaba en la cesta de ropa sucia, entré desnuda al baño y fui directo a la ducha, contuve las ganas de mirarme al espejo porque no quería detallar la cicatriz en mi vientre bajo ni como se veía mi cuerpo después de años de cuidarme tan poco. Necesitaba despejar mi mente y planeaba hacerlo bajo el agua de la regadera.

Solo deja que te toque © [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora