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En la parte trasera de la institución penitenciaria de Geum había un callejón sin salida que a menudo se usaba para ocultar la llegada y salida de sus reclusos más mediáticos. Sungjin entró marcha atrás en su furgoneta.

Dos guardias vestidos de azul agarraban, cada uno de un brazo, a un hombre bajito. En un principio, Sungjin pensó que no era a quien venía a buscar, pues por su postura alicaída lo había confundido con un señor mayor.

Pero los guardias liberaron a ese hombre de sus esposas y lo arrastraron hasta la furgoneta de Sungjin. A pesar de que el alfa les saludó con una sonrisa simpática, los guardias permanecieron rectos e inexpresivos mientras abrían la puerta del vehículo y forzaban al recluso a subir al asiento del copiloto.

Sungjin recibió la documentación necesaria para poder cruzar la frontera con él y emprendieron su viaje.

En un recoveco entre los surcos de sus orejas aún resonaba la cariñosa voz de su querido Wonpil despidiéndose aquella mañana, susurrando un "Te quiero" seguido por el chasquido de un beso y un "Qué tengas un buen día". Reprodujo aquellos sonidos en bucle como una canción favorita, pensando que tal vez así podría calmar los insistentes gritos de su creciente ansiedad.

Sungjin sentía el corazón estrujado entre las costillas y la espalda, pero aún peor era el peso en su consciencia. Había tenido que ocultarle información a su pareja por primera vez desde que se conocían, y aborrecía la sensación.

Veinte millones de wones habían sido ingresados en su cuenta bancaria aquella mañana. En el buzón había encontrado una carta misteriosa con un post-it amarillo pegado al sobre:

Señor Jeon Sungjin,

Su manada le necesita.

Esperamos que la cantidad recibida sea suficiente para hacerle comprender la urgencia y la confidencialidad con la que se debe resolver el caso.

Después había leído las dos páginas manuscritas de direcciones que contenía la carta. Nada complicado, pero estrictamente específico.

De la carretera nacional salió a autovía, y de ahí a la autopista transterritorial. Llegando a una gran circunvalación, tomó el carril con menos tráfico y pisó el acelerador.

El omega, con la cabeza inerte y el cuerpo zarandeándose al ritmo del traqueteo del coche, parecía haberse dormido. Sungjin no podría haberlo jurado, pues una gorra le cubría los ojos. También llevaba una mascarilla e iba todo vestido de negro. Si no fuese por la blanca franja de piel que se dejaba ver entre los accesorios, Sungjin hubiese estado trasladando una sombra.

Y eso hubiese preferido él. Conducir kilómetros para coserle la sombra a Peter Pan le parecía una idea bastante más sensata que hacerlo para escoltar a un omega de la manada Cheonsa.

Lo ponía claramente en la carta, y él mismo lo olía. Las feromonas cítricas y empalagosas que tan sólo podrían pertenecer a la detestable manada enemiga. ¿Qué hacía un omega de Cheonsa preso en Geum? ¿Y por qué confiaban su desplazamiento a un lobo corriente como él?

Sungjin repiqueteaba con los dedos en el volante. Aunque estaba nervioso, y el encargo era cuanto menos extraño, decidió confiar en su primo. Si Jungkook decía que todo iba bien, todo iba bien. Seguramente su primo le hubiese enchufado el favor sabiendo que iban justos de dinero y la verdad es que tal cantidad de wones les iría de maravilla una vez necesitasen comprar pañales.

La furgoneta entró a territorios Daia y al divisar la capital la rodeó hacia el Norte. Al cabo de un par de horas, llegaron a unos campos moteados con castaños y nogales. Escondida tras un bosque de esos árboles chatos se encontraba una pequeña urbanización rural.

EL OLOR DE LOS JILGUEROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora