Min Yoongi tardó setenta horas exactas en abandonar la estación de trenes norteña, cruzar Daia y cumplir su precipitado retorno a la Plaza de los Jilgueros. Casi tres días de viaje, de transbordo en transbordo, ocupando su tiempo en las vías hinchándose a cacahuetes de bolsa y durmiendo como un ceporro.
No es que hubiese tenido el momento de interiorizar las extraordinarias circunstancias de las cuales todavía desconocía la inmensa mayoría de detalles, pero hubo un percance en concreto que desató su paranoia y le instó a ser más cauteloso con sus próximos movimientos. Al bajarse del que sería su último tren, andando por el andén elevado escuchó sin desearlo la conversación que mantenían un par de adolescentes:
"¡Tío, que no puede ser!", decía con fastidio un muchacho, en esa época en que la voz se vuelve grave y modularla parece un desafío irrealizable, "¡Digo yo que nos hubiésemos enterado!".
"¡Que sí, que la prima de mi madre trabaja en las oficinas de Geum y es verdad! ¡Están desterrando a lobos!", le respondía su amigo, marcándose un buen gallo. Yoongi se frotó la garganta mientras los adelantaba.
"Pues joder, macho. Recurrir al destierro es cosa seria. Me preguntó qué habrán hecho".
"Ya. A saber. Algo horrible, seguro", concordó el informante. Echó un gapo al suelo y cambió de tema.
Aunque absolutamente nadie en aquella estación le prestaba atención, y por supuestísimo ni uno sólo de esos lobos le relacionaba con los desterrados, Yoongi salió cagando leches de allí.
Le pareció que la opción más segura para desplazarse hasta la casa del Frente de Luseu sería hacer autostop (para evitar la compra de un billete que evidenciara su cercanía a la ubicación oculta del refugio), pedir que le dejaran a un par de kilómetros y proseguir trotando en su forma de lobo hasta su verdadero destino.
El último tramo de caminito de tierra se le hizo interminable, y no sólo por las malditas cáscaras punzantes de las decenas de castañas que llevaban meses caídas.
"¿Nadie limpia esto o qué?", mascullaba el lobo.
Paró, harto de pincharse, y como estimó que no le quedaba demasiado por andar regresó a los pasos seguros, aunque menos eficientes, de sus botas.
Fue entonces que el errante fatigado mantuvo discusiones enteras con sus pies; uno era como un crío hiperactivo, a duras penas se aguantaba las ansias de correr, y el otro se arrastraba del cansancio. No había forma de que se pusieran de acuerdo para hacerle llegar a ningún lado. Al final, Yoongi desistió de intentar controlarlos y les dejó hacer a cada uno lo que quisiera, y por ello se llenó las palmas de broza y tierra.
Llegaría a su destino temprano en la mañana. Los rayos del Sol acariciaban con envidia los mechones rubios del omega. En comparación a la helada Nunbola, el clima de Daia era templado y agradable. Allí le sobraba la chaqueta. Se la ató sobre las caderas. A los cinco pasos tuvo que detenerse y rehacer el nudo. Había infravalorado la estrechez de su cintura tras meses de agitación y comidas irregulares. Recordó a los mastodónticos omegas de Nunbola y se sintió todavía más flojo e insignificante.
Y en eso se le fugó la mente, distrayéndole de los últimos y quizás más enervantes metros de camino de barro. Entonces se topó con ella. La casa del Frente de Luseu era exactamente idéntica a la de sus recuerdos, y eso que no había puesto especial atención en su fachada la primera vez que había estado allí. Es verdad que, para la infinidad de cosas que habían pasado, el tiempo tampoco lo había hecho demasiado.
Sólo había un elemento fuera de lugar. La Plaza de los Jilgueros estaba cubierta por una fina polvareda color ceniza. En una esquina quedaban los restos carbonizados de un coche completamente calcinado.
ESTÁS LEYENDO
EL OLOR DE LOS JILGUEROS
Fanfiction+18 - BTS - OMEGAVERSE - KOOKMIN / NAMJIN / SOPE El origen del conflicto entre las opuestas manadas de Geum y Cheonsa se remonta a siglos atrás, pero las recientes heridas abiertas entre las familias líderes de ambos territorios tienen a todos sus h...