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Eran las doce, mediodía.

Kim Seokjin se sorbía la nariz troceando una cebolla a daditos. Por las rendijas del mármol de la cocina aún quedaban restos de harina y esquirlas de cáscara de huevo. La pasta fresca, hecha a mano por él mismo, reposaba en la nevera lista para convertirse en un exquisito manjar.

Haciéndole compañía al beta se encontraba su líder, Kim Namjoon, quien invadía parte de la encimera entregado a la lectura casi obsesiva de un tomo recién adquirido. A la vez que leía ávidamente sobre las musas del Arte Renacentista Italiano, mordisqueaba con deleite un sándwich de crema de cacao.

Habían pasado tres días desde que la notícia de la muerte, o más bien asesinato, del noble Park Jinyoung había acaparado todos los medios. Desde entonces, la ya de por sí ajetreada vida de los líderes de la Península 4 se había hecho aún más cuesta arriba. Había un muerto y un culpable y dedos que se apuntaban con sonrisas bajo la nariz. El mundo se había vuelto un insufrible y constante ruido, donde sólo quedaban dos lugares silenciosos: el velatorio donde se daba el último adiós a un lobo rojo, y aquella cocina con olor a cebolla y chocolate.

Seokjin envolvió en papel film los restos de cebolla sin usar, le dió un agua al afilado cuchillo y prosiguió cortando a tiras un mazacote fibroso de carne de res. Después sazonó con mimo cada pieza alternando el molinillo de sal y el de pimienta.

Namjoon seguía feliz royendo su tentempié chocolateado. Despistado, pegó tal mordisco al sándwich que la crema de cacao rebosó por los costados del pan, haciendo peligrar las páginas de su lectura. Seokjin suspiró con la mezcla de desencanto y resignación con la que lo haría un padre al ver la poca habilidad de su hijo en la vida, y se lamentó:

-Yo que me he propuesto preparar unos espaguetis bien ricos desde cero, con el trabajo que es luego tener que limpiarlo todo, y tú pareces más que contento con un simple bocadillo de chocolate.

Namjoon se relamió los labios endulzados y respondió:

-¿No es mejor así? -tenía los dientes manchados de chocolate- Me gustan las cosas simples.

Seokjin dejó ir una risita desengañada.

-¿Te gusta lo simple o te gusta pasarme a mí el marrón de las complicaciones? -bufó suspicaz- Límpiate los morros, anda, y pon una olla a hervir.

-No me chafes el discurso. -se quejó Namjoon, abriendo el grifo, y decoró el tono de su voz para reiterarse- Hay quien dice que la felicidad radica en las cosas pequeñas.

Jin negó fatigado y sacó una sartén del cajón de la encimera. Hizo brillar su superficie negra con un chorrito de aceite de oliva y dejó que la cebolla se dorase en él antes de añadir la carne, que chisporroteó deliciosamente aguando las bocas de ambos lobos con su aroma divino. Una vez cocinadas las tiras, Jin agregó una crema de limón en la que también había invertido gran parte de su mañana. Se limpió las manos en el delantal y se quedó un rato de brazos cruzados antes de lloriquear:

-¡De verdad! ¡Qué injusto eres! Diciéndome que encuentras la felicidad en las cosas pequeñas... ¡Que sepas que el esfuerzo que pongo en contentarte no es nada pequeño!

Namjoon tensó la cara. Las reflexiones existenciales a veces estaban muy bien en la cabeza, pero al enfrentarse a la vida real se deslucían como el curso inverso de un diamante. Con un comentario en bruto algo presuntuoso, definitivamente el alfa no había acertado con la lección vital, y se sintió un poco mal. Se aproximó al beta por detrás y le masajeó los hombros. Seokjin notó un respingo sacudirle cada vertebra de la columna como una cremallera.

-¿Se puede saber qué haces?

El alfa detuvo su masaje, algo bruto, por cierto, y abrazó al beta por la espalda.

EL OLOR DE LOS JILGUEROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora