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Park Jimin decía adiós con una mano sobre su corazón acongojado. El coche de Moonbyul abandonó la Plaza de los Jilgueros levantando polvo del camino de barro seco y el omega lo vió marchar tan mustio como los brotes apisonados por las ruedas. Se quedó allí de pie hasta que el runrún del motor se fundió hasta hacerse uno con el viento que se levantaba. Suspiró profundamente y la corriente recogió el pesar de su pecho para llevarlo al lado de su alfa en duelo.

Moonbyul había recogido a Jungkook para llevarle de regreso a territorios Geum, donde se celebraría el funeral de su primo Jeon Sungjin y su esposo Wonpil. En la cabaña de los Jeon, le esperarían sus padres, el señor y la señora Jeon, quienes habían abortado su última escapada en vista de las más nefastas noticias. Jungkook se duchó por segunda vez aquella mañana, seguro de que las feromonas avainilladas del omega seguían suspensas a su alrededor. Se cambió a un atuendo formal y negro, y de camino al tanatorio no intercambió muchas palabras con sus padres, que respetaron su silencio con la misma desgana en sus bocas tristes.

A pesar de la petición por parte de los familiares de que la ceremonia fuese estrictamente privada e íntima, algunos reporteros de prensa insensible armaban jaleo en el aparcamiento sedientos de declaraciones que alimentasen las narrativas de sus páginas.

Jeon Jungkook, su madre y su padre fueron escoltados dentro del recinto funerario por el espabilado personal y allí se encontraron con el resto de ambas familias destrozadas. Al alfa le sorprendió encontrarse al mismísimo señor Kim en el velorio, dando el pésame a los presentes en nombre de la manada. Su mera aparición, muy reservada desde su jubilación y retiro como líder, daba a entender la desgracia y seriedad de lo sucedido. Su hijo, empero, no estaba. Kim Seokjin sí se presentó, muy comedido y discreto en sus escasos intercambios, escuchó el sermón desde el último banco y después se marchó.

La ceremonia tocó a su fin antes de que Jungkook pudiera siquiera discernir el paso del tiempo dentro de la neblina dolorosa que empañaba su consciencia. "¿Qué ha pasado?". Jungkook todavía se lo preguntaba, incapaz de asimilar las últimas horas. Le había llegado una llamada de su madre y ahora allí estaba, sentado, frente a los féretros de dos personas que no hacía tanto le invitaban a su casa y compartían conversaciones mundanas con él.

Las lágrimas rodaban sin fin por su rostro como tempestad en la ventana, mas por su estático y silente sollozo nadie sabría que lloraba. Su cuerpo no temblaba ni se sacudía con el llanto; permanecía quieto, sentado en el primer banco de madera de aquel velorio apesadumbrado, sintiendo cada extremidad tan frágil como la muda abandonada de un reptil.

La madre de Wonpil plañía desconsolada a su lado, con el dolor más grande agujereando todo su ser como una bala de cañón. Sus otros primos y primas trataron de tranquilizarla pero muchos acabaron llorando a su alrededor. Los parientes más lejanos empezaban a marchar, de regreso a sus casas donde no pisaba la muerte, pero la sal de sus penas se quedaba en aquella habitación cerrada y enrojecían aún más su nariz mocosa por el llanto.

Nadie allí estaba remotamente feliz. Nadie decía: "Al menos han gozado de una buena vida". No, esa clase de consuelo no existía cuando las almas despiadadamente arrancadas del mundo eran jóvenes y tiernas.

Su final era devastador, y nada más.

Jungkook se puso de pie, y avanzó así como un espectro con la mirada perdida. Se acercó a los difuntos una última vez. Su primo estaba casi irreconocible, amarillo como la cera, con la piel estirada por las grapas que se esforzaban en devolverle algo de serenidad a su rostro desfigurado por la tragedia. A su lado, Wonpil descansaba con la expresión más bella, pero a la vez la más postiza. Jamás había visto sus labios sellarse de aquella manera, los pliegues arrugados sobre sus párpados, semejante arco en sus cejas. No, sus seres queridos ya no estaban allí. Aquellos restos no eran más que reliquias de lo que habían sido, una última oportunidad para soltar sobre ellos unas lágrimas antes de cerrar para siempre su existencia en el mundo llano.

EL OLOR DE LOS JILGUEROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora