Sólo en las calles más antiguas de los territorios Geum se podían encontrar farolas de luz naranja. Estaban escondidas tras el aparcamiento de un centro comercial, a no más de quince minutos de las oficinas.
A Jungkook le gustaba ese color, porque parecía el último rescoldo de una fogata aún sin sucumbir a la modernización gris y azul de los edificios más nuevos de la ciudad.
Allí todo iba a un ritmo distinto. Igual que las farolas, la calzada y las casitas llevaban sin ser cambiadas años. Las tejas oscuras de los tejados eran las mismas que habían protegido a los abuelos de sus inquilinos actuales y en los marcos de aquellas ventanas se habían apoyado para suspirar tres generaciones de románticos.
Hay algo curioso, y valga la redundancia, en cómo a veces las cosas más antiguas son las que más duran.
Los padres de Jungkook vivieron la flor de su juventud en la cabaña de las afueras; y tras mudarse al centro se la habían cedido al alfa para que la disfrutara él. Tal vez esa era su pequeña imitación del fenómeno que ocurría en aquel barrio viejo, y podría llegar a convertirse en el tesoro familiar que pasaría perenne por las zarpas de los futuros Jeon.
Aunque era una idea tierna, Jungkook no acababa de vislumbrar si la belleza de lo sempiterno iba con él. Crear un hogar al que siempre poder volver no le llamaba tanto como, por ejemplo, la mera libertad de ir donde quisiese.
Si se ataba a sí mismo, y en futuro a sus cachorros, a la cabaña, ¿Ataría también a los que viniesen tras ellos? ¿Qué pasaría el día en que llegase un Jeon que quisiera marcharse? ¿Sería un traidor si se deshiciese de la casa? ¿Aunque fuese con tal de ser feliz?
"¿Sería yo un traidor si quisiera algo distinto?".
A cada paso de sus mocasines de oficina, los adoquines irregulares le torturaban la planta de los pies.
Había unas cuantas señoras mayores que, ya cenadas, sacaban sillas y taburetes y los ponían en corrillo frente a sus portales para chismear.
Sus ojos entelados con cataratas siguieron curiosos al joven alfa todo trajeado. A pesar de sus narices arrugadas, el potente aroma varonil que el muchacho desprendía les hizo sonrojarse, recordando sus juventudes.
Jungkook quiso escuchar música pero cuando vio que lo miraban se guardó los auriculares de nuevo en el bolsillo. Había algo en las personas mayores que le incitaba a buscar su aprobación. Desde pequeño, debido a su extraordinaria condición de doble alfa, muchos adultos habían hecho de él un buen ejemplo de lobo y le gustaba, o inconscientemente necesitaba, que lo siguieran viendo así.
Por muy rebelde que se sintiese a veces, nadando a contracorriente de las opiniones públicas sobre los enlaces o agujereándose las orejas, había sido criado por y para la manada. Y trabajar para Geum es todo lo que conocía en su vida.
El pequeño desliz en el plan de Jin había sido su primer gran paso fuera de la disciplina.
Jungkook se rascó la cabeza. Al final, el beta no había llegado a tiempo a la reunión de emergencia con las oficinas y la Administración Estatal. Eso significaba que Jungkook había tenido que acarrear con todo él solito, y que había tenido que hablar con mucha gente durante el día.
Estaba agotado.
Si se miraba la manos, aún podía sentir su temblor al compartir un vis a vis con la presidenta de Península 4.
La Administración Estatal inusualmente intervenía para solucionar discusiones entre manadas; prefería lavarse las manos y relegar los problemas a los líderes.
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EL OLOR DE LOS JILGUEROS
Fanfic+18 - BTS - OMEGAVERSE - KOOKMIN / NAMJIN / SOPE El origen del conflicto entre las opuestas manadas de Geum y Cheonsa se remonta a siglos atrás, pero las recientes heridas abiertas entre las familias líderes de ambos territorios tienen a todos sus h...