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En la pantalla del portátil apareció el rostro sonriente e inmaculado de Kim Seokjin. Iba arreglado de cintura para arriba y una discreta capa de maquillaje cubría la rojez de su tez provocada por la insistente febrícula que, en vez de curarse, parecía coger fuerza tras cada jornada. Sosteniendo un vaso de té frío contra su frente, esperó a que el resto de invitados se unieran a la reunión telemática.

El primero en presentarse fue el soldado Yugyeom. Por culpa de la débil cobertura en la residencia militar, su cara se desfiguró en unos pocos píxeles lentos. Cuando fue a saludar, su voz sonó terriblemente robótica.

"Vamos bien", se desmoralizó Jin ante los problemas informáticos, "Y eso que de momento sólo estamos conectados nosotros dos...".

Justo formulado el pensamiento, un rectangulito con la cámara de Moon Byulyi emergió ocupando una esquina de la pantalla. La alfa andaba cómoda y sin vergüenza en su pijama más ancho y llevaba el pelo recogido en un moño desordenado, no de esos descritos en las novelas juveniles, sino de esos grasosos y enmarañados de verdad. Con las gafas puestas y ni una sola partícula de sombra de ojos, lucía tan diferente a su cuidado aspecto diario que Yugyeom tardó unos segundos en reconocerla. Por detrás de Moonbyul pululaban las muletas azules de su novia Nayeon. Se podría decir, salvando todas las distancias, que aquella omega risueña ya era, al menos de una forma simbólica, una miembro más del equipo de Kim Seokjin.

Im Nayeon había ido escalonada y paulatinamente haciendo pequeños descubrimientos sobre la peculiar ocupación de su pareja. La curiosidad se había despertado en ella casi desde el momento zero de su reencuentro. Un interés que pronto se ligó a los celos: ¿Por qué su alfa pasaba tanto tiempo con ese tal Seokjin? Una creería antes en amantes que en la lealtad tan pura que Moonbyul demostraba hacia su jefe. Por suerte, aquel principiante período de inseguridad quedaba mayoritariamente atrás. Lo habían superado con plena honestidad y la promesa de no ocultarse nada entre ellas, ni siquiera lo malo ni lo feo. Y, a cambio, sólo se debían confianza. Y así les había ido más o menos bien pero, en las recientes semanas, con sus ojillos grandes y su puchero fácil, Nayeon no había podido parar de hacerse preguntas sobre el incremento del estrés y las ausencias de su alfa.

Como para Moonbyul sólo una cosa iba por delante del trabajo, y esa era su amada, una vez hecha la pregunta le había confesado hasta el último detalle sobre las operaciones secretas de Kim Seokjin con la naturalidad de alguien que planeaba explicarlo de todos modos.

Al principio, a pesar de su moderación al expresarse, a Moonbyul el tiro le había salido un poco por la culata. Se habían peleado hasta los gritos, probablemente su pelea más fuerte desde que estaban enlazadas. No era de extrañar, ¿Quién en su sano juicio osaría actuar a espaldas de su líder? ¿Encima en asuntos tan delicados? ¿Y ocultándoselo a su pareja? Aquello en el pecho de Nayeon se sintió como las puñaladas de dos traiciones paralelas.

Pero Moonbyul, haciendo quizá un mal uso de su influencia de alfa, había callado los temores de su omega con un beso, y esas cosas que siguen después. Con el pulso aún agitado y los cuerpos pegajosos, las lobas habían hecho las paces, y Nayeon había entendido los motivos de su amada.

Pero la cosa no acababa ahí, no. Nayeon solía ser caprichosa, especialmente en sus pequeñas venganzas. Con todas las cartas sobre la mesa, la omega había recogido la baza y había empezado a insistir en acompañar a su alfa al trabajo.

"Esto no va a salir bien", le advertía zarandeando la cabeza con preocupación, y en el mismo aliento exigía: "¡Si trabajas en algo tan peligroso, yo también quiero ser partícipe! Déjame tomar todos los riesgos a tu lado". Y desde entonces Moonbyul se la llevaba de vez en cuando a las oficinas como quien lleva bajo el brazo el maletín.

EL OLOR DE LOS JILGUEROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora