#46 parte 1

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El último fin de semana del mes, las temperaturas subieron un poquito. Seokjin apagó la calefacción de su despacho y guardó el mando al fondo del buró, ya para no volverla a encender hasta el otoño siguiente.

Usualmente, si lograba reunir la voluntad para ducharse y conducir hasta las oficinas, el beta aprovechaba las silenciosas horas fuera de la semana laboral para repasar allí los últimos expedientes, concretar las reuniones de los próximos días y ordenar un poco su espacio de trabajo. Apenas el despertador había taladrado sus tímpanos aquella mañana, había decidido acudir a la paz necesaria que le aportaban aquellas mecánicas tareas.

Imprimió una factura, la metió en un archivador, y cuando fue a cerrar de nuevo las duras anillas de metal se pilló un pellizco del dedo. Maldijo en voz alta, pues no había nadie con quien mantener su cumplidora fachada estoica, y por unos segundos todo lo que hizo fue apretar los labios y mirar al techo. Suspiró hondo, estaba tenso como los músculos de un pajarraco entre dos cables de luz.

Frente a él, en el calendario de mesa, la fecha estaba señalada con rotulador rosa fosforito. Sólo para recordar, aquel día tocaba enfrentarse, y con suerte aniquilar, a los mellizos Park Jay y Park Jae.

Muy lejos de aquel despacho, en territorios de la manada Cheonsa, una cuenta anónima había depositado la tasa de reserva del bungaló más caro de un complejo vacacional. Se trataba de un fabuloso y recién construído resort natural hallado en el epicentro de una frondosa floresta entre colinas rasuradas por cultivos. Mas verde y hermoso, la naturaleza no era dueña de ese terreno, sino un ricachón bigotudo con ganas de explotar cada gota de salvia fresca con tal de llenarse el bolsillo. Si el negocio no le funcionara, talaría los árboles para madera y papel y revendería las tierras a cualquier agricultor que se las pudiese permitir. Y de ahí movería su imperio al siguiente paraíso natural.

De todo eso, poco sabía Jiwoo, simplemente alucinada por la joya escondida entre tanto pueblo agrícola.

Fue recibir el dinero y la señorita toda arreglada de la recepción entonces cambió completamente su expresión. Del receloso prejuicio que le había impedido siquiera concebir a la pordiosera visitante y a su cachorro como posibles inquilinas, pasó a decir: "Bienvenidas". Descolgó del tablón tras de sí una reluciente llave plateada con un adorno colgante de piñas pintadas y se la entregó a aquella muchacha qué lucía como Cenicienta al principio de la película. La escoltó entonces hasta el que podría ser considerado "el botones" del lugar, quien preguntó con su indiscreta mirada: "¿Y esta?", pero de todos modos se cargó al hombro su mochila de viaje.

Jiwoo y Riku pasarían la noche en aquel extraordinario resort rodeado de las maravillas selectas de un bosque domado. Mientras ella abría con fascinación la puerta del bungaló, se quitaba los zapatos y estiraba con gusto las plantas de los pies, su aliado Min Yoongi se desviaba de la ruta en busca de la General Seo, conduciendo a toda pastilla en dirección a la urbe hogar de los mellizos Park.

Cabe decir que, a pesar de su plácida sonrisa al estirarse, Jiwoo no había aceptado de primeras quedarse de niñera. Hubiese preferido acompañar al omega en su ataque. Pero Yoongi, que había sido su mentor en los pocos días que se conocían, por el momento no la consideraba preparada para pasar a la acción. No es que no mejorase en absoluto, pero sus reflejos todavía eran de perro al que nunca se le ha levantado una mano, era lenta con el cuchillo (peligrosa sólo para sí misma) y en el combate cuerpo a cuerpo hasta Yoongi, pequeñito y no excelente, la ganaba. Con una honestidad brutal, Yoongi le dijo con claridad: "Serás una carga". Y se marchó él solo en una motocicleta "prestada".

Pero bueno, al final la muchacha no pudo disgustarse demasiado con su compañero. Perdonó el abandono del omega porque no hay milagros que no obre una habitación cinco estrellas. Comparada con la tienducha de campaña en la que llevaban durmiendo los pasados días, el colchón de viscolátex, la bañera de hidromasaje y la nevera privada a rebosar de golosinas compensaban como oro cualquier ofensa.

EL OLOR DE LOS JILGUEROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora