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Jimin dormía y sus labios se echaban hacia delante como el pico de un patito. Se había duchado en apenas cinco minutos, incapaz de disfrutar del agua caliente habiendo dejado al alfa desatendido en el piso de abajo. Con la piel y cabello aún húmedos, se había vestido con presteza y había bajado rápidamente las escaleras que les separaban. Jungkook apenas había tenido tiempo de acomodarse en el sofá y esperaba algo impaciente a que la pastilla surtiera efecto y sus dolores, si no disiparse, al menos se mitigaran. A pesar de toda la preocupación que agitaba los pasos y gestos del omega, fue ver que Jungkook estaba bien, sentarse en el sofá y caer rendido.

Jungkook, por el contrario, pasó tantas horas más despierto que la Luna despachó al Sol del cielo y el dolor que se fue por la pastilla milagrosa tuvo tiempo de regresar el doble de taladrante. Sólo esas insistentes y molestas ráfagas punzantes fueron capaces de interrumpir las vueltas incesantes que le daba sin descanso al fracaso de la última misión.

A pesar de la traicionera confianza que les había regalado el exitoso comienzo a los planes secretos de Kim Seokjin, al segundo paso ya se habían tropezado. Aunque lejos de la perfecta ejecución, habían eliminado a Park Jinyoung al primer intento, e inesperadamente también a su hijo Park Jinyoung Junior. No obstante, el espectáculo y el número de lobos involucrados que ahora conocían sus rostros y de víctimas innecesarias había sido lejos del óptimo. Fallada la caza y captura de la señora Park Bom, al menos habían obtenido parte de la información que habían ido a buscar; y es que Park Gobum seguía vivito y coleando al resguardo de su madre. Dicen que mejor malo conocido que bueno por conocer, pero aquella había sido sin duda una mala notícia. Ojalá Park Gobum hubiese estado simplemente muerto o encerrado.

Jungkook se sentó de piernas cruzadas en el suelo y apoyó su espalda lacerada en el sofá. Notó ardor en las tripas y no precisamente por hambre. En la recámara de su boca burbujeaba el sabor podrido a leche pasada y su lobo se revolvía rabioso. El olor vomitivo de Park Gobum no abandonaba su sensible nariz, rememorando constantemente la humillación a la que le había sometido bajo su sonrisa torcida. Gobum había pisoteado su orgullo de alfa pero Jungkook sabía que la vejación más repulsiva no la había sufrido él. Nada pudo frenar sus arcadas cuando recordó las feromonas rojas tratando de marcar territorio sobre Jimin, un lobo de su propia sangre. Jungkook apretó los labios y la bilis quemó su garganta.

Jimin se dio la vuelta en su sueño, como si supiera que justo estaba pensando en él, y su mano cayó fuera del sofá. Jungkook la asió con delicadeza y se la llevó al rostro. Los dedos de Jimin eran chiquititos y en la suave tersura de su piel ya no quedaba rastro del hedor a alfa rojo. Por debajo del fragante jabón barato de la ducha revolotean tenues pero deliciosos efluvios de vainilla. Entre ambos perfumes, se percibía una pizca minúscula, apenas una traza, del olor del alfa de Geum. Al encontrarse a sí mismo, Jungkook sintió un respingo extraño que le sacudió el pecho y el sonrojo. Se tumbó al lado del omega y, sin dejar ir su mano, frotó con su nariz el cuello de su ropa. Allí halló el olor de la casa de la Plaza de los Jilgueros; un aroma lleno de lobos pasajeros, de polvo y humedades, de vapores de cocina y de baño y serrín de madera vieja. Y, obviamente, de ellos dos. Al destilarse, el olor llenaba un frasco de colonia muy diferente a la colección de olores a la que Jungkook estaba acostumbrado pero, extrañamente, en ella advertía un sutil confort. Inspiró hasta llenarse los pulmones y exhaló complacido.

Más calmado, cerró los ojos y se preguntó por el estado de Yugyeom, si Sungjin y él habrían llegado a salvo a Geum, y cómo el soldado habría reportado su fracaso a Seokjin. No quería ni imaginarse la decepción de su jefe y amigo que, conociéndolo, seguramente se estuviese fustigando a sí mismo por el fallo, tan estresado que pasaría la noche entera acompañándolo en la vela.

Pero, afortunadamente, Jungkook no acertó en sus agoreras predicciones. Esa noche, Kim Seokjin se había acostado más temprano de lo habitual y dormía con el rostro pegado al brazo ancho de Namjoon. El ocupante de cama había acudido corriendo al beta en cuanto se había enterado del desenlace fatídico de sus planes. No para reprenderlo, sino para animarle. El líder de Geum había derivado el papeleo de la hospitalización de Yugyeom a su secretario, otorgándole al beta el resto de la tarde libre que él mismo se había encargado de llenar con charlas amenas, videojuegos y comida a domicilio. Si bien todo eso había logrado distraer al beta de sus responsabilidades, para ser sinceros, Seokjin no se había relajado gracias a la dedicada atención del alfa, sino debido al alivio de haber leído el último correo de su aliado Min Yoongi.

EL OLOR DE LOS JILGUEROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora