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Un búho aleteó despavorido cuando los faros de un coche escarabajo iluminaron el árbol donde anidaba. Después de alumbrar en un giro las fachadas de la Plaza de los Jilgueros, las luces se apagaron desvaneciéndose en dos círculos de fulgor amarillento que perfilaron la silueta de unos tacones. Se bajó del vehículo una mujer cuyo rostro fue guardado por el secretismo de la oscura noche. Un cárdigan largo volaba como capa tras sus piernas y ceñía su cintura regalándole la esbeltez de una daga árabe. Con paso vigoroso, rodeó el coche enano hasta llegar al maletero delantero, todo girando grácilmente las llaves del auto entre los dedos de su mano izquierda. Su cabello plateado refulgía incluso en la sombra, como si a esplendor fuese competencia de la misma Luna. Se lo recogió en un moño con tal agilidad y rapidez que hizo parecer sencilla su perfección. Después levantó la chapa del vehículo y empezó a descargar su equipaje.

Fue entonces que los ojos de la misteriosa mujer perdieron su enigma cuando hicieron contacto con los de Jungkook, que espiaba su llegada desde la ventana. Ella le saludó, escatimando en expresividad como de costumbre, y él se apresuró en salir a recibirla.

-Deja, Moonbyul, yo te ayudo. -bufó Jungkook, robándole la caja que estaba por coger- ¿Cómo ha ido el viaje hasta aquí? Debes estar cansada. Mira que enviarte a estas horas...

Moonbyul levantó una ceja. Se cargó al hombro una bolsa transparente llena de ropita de bebé y dijo:

-Si no era hoy, no podía venir hasta la semana que viene. Y Seokjin me ha dado a entender que teníais prisa. Por suerte, no había mucho tráfico. Eso sí, la entrada a la urbanización no está muy bien indicada. Me la he saltado y he tenido que dar una vuelta estúpida.

Jungkook se compadeció en un suspiro, dejando la caja en el suelo, y metió los brazos hasta el fondo del maletero para hacerse con la maleta más gorda.

Porque ya tardaba en llegar el fisgón, Jimin sacó la cabeza por la puerta y exclamó:

-¡Hola Byulyi! ¿Necesitáis que os eche una mano?

-No es tanto como parece. -respondió ella- Os traigo un par de cosas para la niña del Frente de Luseu. -calló un momento. Se miró las estrías rojas que una bolsa pesada le había dejado en los dedos. Luego comentó- Seokjin no quiere que la niña se quede con vosotros mucho tiempo. Entiendo que no os haga gracia ingresarla en un centro de acogida, por eso estoy buscando alternativas, pero no es fácil colocar a un cachorro con olor a Cheonsa.

-Qué pesado... -bufó Jimin. Y con la convicción brillando en sus ojos negros juró cuidar de la pequeña cuanto tiempo hiciera falta. Yoongi le había inspirado y, aunque tal vez no estuviese hecho para el papel, él tampoco se rendiría con aquella cachorrita. Moonbyul no vió motivos para llevarle la contraria.

Entre los dos alfa acercaron las cajas y bolsas a la puerta de la casa y Jimin las fue entrando diligentemente al salón. Como ya había advertido la loba, en verdad tampoco había mucho, y así acabaron su cadena en un abrir y cerrar de ojos.

Queriendo ser un buen anfitrión, Jimin ofreció a Moonbyul que tomara asiento en la mejor silla del comedor (cabe recordar, eran todas diferentes; y el omega se había dedicado a probarlas todas y puntuarlas) y sacó un paquete de cervezas de la nevera. La loba aceptó de buen grado el brebaje frío, tragando con aquella sensación burbujeante los estreses de la oficina y la carretera. Recién se daba cuenta de que no había bebido nada desde el café del desayuno. No había parado quieta en todo el día. Ser el soldado leal de Kim Seokjin podía llegar a ser extenuante.

Camuflada entre los cojines del sofá, Riku había esperado pacientemente a que los adultos acabasen sus quehaceres. Para premiar su buen comportamiento, Jungkook la recogió y la sentó sobre sus rodillas, e imitó el trote de un caballo.

EL OLOR DE LOS JILGUEROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora