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Jimin y Jungkook dormitaban a la vera envueltos por la oscuridad morada de una madrugada plácida. Jimin se transformaba en una gran equis expandiendo sus brazos y piernas, y ocupaba en diagonal gran parte de la cama. Jungkook se hacía una bolita en la poca esquina que el omega le dejaba, apropiándose en venganza de toda la sábana desplantada. El motor que usualmente aceleraba en su nariz debía estar apagado, pues ningún ronquido importunaba la paz nocturna.

Jimin se removió cuando el vientecillo fresco de las estrellas le heló los riñones. Sin llegar a despertarse, palpó alrededor con sus manos ciegas en busca de una manta con la que cubrirse. Un par de tirones tenaces y se apoderó del abrigo ideal: una sábana fina calentada por la piel del alfa.

-Mm~ -se regocijó el omega.

-Mmgr... -se quejó Jungkook, tratando inútilmente de agarrar la tela que se escapa de sus dedos dormidos. "No me destapes...".

-¿Hm-mh? -balbuceó Jimin. "¿Tienes frío?".

-Gurr... -"Sí".

-Mmn~ -le respondió Jimin. "Pues acércate más".

-Hm... -cedió el alfa. Y dejó caer uno de sus brazos como un tronco talado sobre el omega, que jadeó sorprendido.

Jungkook abrazó a Jimin por la espalda y hundió su nariz en el cabello perfumado con la envidia de todos los postres. Empujó con sus rodillas las del omega, hasta haber encogido las piernas de ambos en una caracola donde acumular el calorcito que juntos desprendían.

Y se durmieron otra vez, y con sus cuerpos enlazados tan sólo sus mentes pudieron separarse al correr cada una a su dimensión de los sueños. Jungkook soñó que era pastelero, Jimin un sinsentido.

El Sol ya tallaba las sombras con su cincel de luz cuando el placentero descanso de los lobos fue interrumpido por el más inarmónico sonido. Algo así como el graznido de un aguilucho siendo atropellado, el berrido agudo se coló en las cabezas de los durmientes, urdiendo piezas improvisadas de una pesadilla antes de devolverlos bruscamente a la realidad.

-SE ME QUEMA EL PASTEL. -barbotó Jungkook, abriendo los ojos de golpe.

No, aquel estruendo no era la alarma de un horno en llamas. Suspiró agitado. El pobre alfa apenas regresaba al mundo cuando Jimin le asestó un manotazo en plena cara y masculló molesto:

-Cállate...

Jungkook le propinó un rodillazo de vuelta y mosqueado le reprochó:

-¿Tengo pinta de ser yo quien hace ese ruido?

El omega renegó, acumulando una montaña de cojines sobre su cabeza, pero la estridencia sin piedad siguió haciéndose paso hasta sus tímpanos. Jungkook se levantó en más de un sentido con el pie izquierdo, y bajó las escaleras a trompicones somnolientos, dispuesto a hallar la fuente de semejante berrido (y, a poder ser, callarla).

A medida que avanzaba por el pasillo, los gritos de pollo desplumado se fueron descifrando como una especie de llanto. No en la urbanización, no en la plaza, sino frente a su misma puerta parecía encontrarse el origen de aquellos chillidos horrorosos. El alfa, todavía demasiado dormido para misterios, llegó a la entrada con más molestia que interés, y abrió la puerta con unos escasos centímetros de cautela.

Lo que vió a continuación le arrancó el sopor de cuajo. En sus ojos plateados se reflejaba un cuadrado de color marrón. Una caja. Una caja que lloraba como si la vida le fuese en ello.

Jungkook estiró un pie descalzo y con la punta de los dedos logró abrir las pestañas entrecruzadas que sellaban el paquete. Dentro, desgarrándose su diminuta garganta, pedía auxilio un...

EL OLOR DE LOS JILGUEROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora