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"Se suele decir que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. Yo, en cambio, lo primero que pensé de ti es que te había perdido".


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El solsticio de invierno estaba a la vuelta de la esquina. A pesar de las ráfagas de aire helado que convertían en escarcha el rocío, Jungkook sentía un calor ferviente creciendo muy dentro de las costillas.

Quedaban pocos días para que el período de celo llegara y alterara con su Luna a todos los habitantes alfa y omega de Geum. Siempre que se acercaban esas fechas, el olfato de Jungkook se agudizaba y le recordaba el hambre voraz de su lobo interior.

Olas de olores deliciosos y calientes le arrullaban el rostro, se colaban por su hocico y le acariciaban lentamente, de cuello a pecho.Tenía ganas de escupir y deshacerse de ese moco dulce que le invadía las fosas nasales y le impedía pensar con claridad.

Jungkook había sido bendecido y maldito con hiperosmia, una condición muy inusual en los lobos de su manada, fruto de una convergencia entre genes alfa puros, y que le había otorgado un desarrollo extraordinario del olfato. Si para un lobo común, la época de celo ya era complicada, para Jungkook se convertía en un verdadero infierno.

Por ello el alfa había abandonado los territorios de su manada, impregnados de un azúcar insoportable, y se había adentrado en Daia, donde convivían unos lobos de olor corporal mucho más ameno. Allí encontraría refugio en el piso de un solidario amigo beta.

Jungkook metió las manos en los bolsillos y giró por un cruce sin luz. Daia aún no había renovado gran parte de su red lumínica antigua y a menudo había apagones puntuales. Sus talones patinaron sobre una fina capa de hielo. Si se esforzaba, podía llegar a oler el agua manchada de colillas y pisadas.

Alzó la barbilla y abrió los pulmones, anhelando aspirar algo de aquella noche estrellada. Pero en su lugar se atragantó con las feromonas de una pareja de lobos, que debía estar haciendo el amor en la habitación de algún apartamento cercano. Su vientre dio un vuelco exagerado y Jungkook se apretó la tripa, acalorado. Su lobo interior también quería encontrar a una pareja con la que pasar el solsticio.

El alfa hizo de tripas corazón y apresuró sus pasos, alejándose del centro urbano. Llegado un punto en el que tanta olor le empezaba a enojar, Jungkook se disponía a ponerse una mascarilla cuando un olor metálico llegó a su hocico.

Olisqueó el aire un par de veces, sólo para asegurarse de que su nariz congelada no le estaba mintiendo. Y no. Era sangre.

Nervioso, el alfa recorrió las calles oscuras con los ojos muy abiertos hasta que un desgarrador chillido tras de sí le guió hasta la fuente del olor. Lo primero que vio fue una silueta, delgada y puntiaguda, tambalearse negra bajo la luz de la luna hasta caer al suelo con un impacto sordo. Después una horda de figuras lobunas y rostros inciertos huyeron en dirección contraria a él.

El aire fresco de la noche se acabó tiñendo de un abrumador hedor a hierro. Jungkook detestaba el olor a sangre aún más que el olor de los omega, pero su nariz de alfa captaba ambos olores inexorablemente. El muchacho estuvo a punto de obviar lo ocurrido y dar media vuelta. Realmente odiaba meterse en problemas externos, más si eran de otra manada. Pero la persona yacente se arrastró en su propio charco de sangre y aulló, con una voz aguda pero rota, suplicando por ayuda.

Jungkook reaccionó lento y vacilante, pero al final se acercó al cuerpo herido. Bajo la blanquecina luz lunar, la figura malherida se irguió, arrimándose torpemente a los brazos del alfa. Una vez lo tuvo cerca, la fatal puntería de los atacantes se hizo certeza. La voz aguda agonizó cohibida, como si aún quisiera mantener cierto orgullo a pesar del corte negro que le desgarraba la piel del vientre.

EL OLOR DE LOS JILGUEROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora