#38

21 4 2
                                        


Fuese hora punta o hora valle, no importaba, la frontera entre territorios Daia y territorios Cheonsa llevaba días colapsada. A ambos lados de la linde, el embotellamiento de coches que esperaban a cruzar formaban infinitas y ruidosas procesiones de contaminación y luces rojas.

La seguridad en el control de aduanas se había vuelto más severa tras los últimos percances diplomáticos intrapeninsulares; pero las deficientes plantillas trabajando en los pases fronterizos no daban abasto desde la implementación de la nueva y estricta normativa que pretendía dos cosas: frenar la exportación ilegal de cereales (en incremento desde la inflación por malas cosechas), y controlar la afluencia de entrada de lobos foráneos a la manada de Cheonsa.

De nuevo, la escasez de personal y la falta de ayudas y recursos convertían cada largo turno en batallas con conductores histéricos, cláxones y algún que otro infortunado incidente. Así pues, las nuevas exigencias aportaban más caos que otra cosa, traduciéndose en empleados al borde del ataque de ansiedad y prolongados atascos por todo el borde territorial.

En las aduanas de la entrada Sud todos los carriles estaban saturados y avanzaban con la misma lentitud a la que las semillas germinan en brotes. Casi tocaban las tres de la mañana pero los coches llenos de lobos nerviosos no mostraban reparo ni consideración al tocar sus estridentes bocinas y avivar disputas a gritos en el batiburrillo alterado.

Para agilizar la circulación, uno de los carriles reservaba prioridad a aquellos vehículos de carga y comerciales. En ese preciso momento, cruzando la barrera del peaje se encontraba un camión alto de cabina y remolque verdes. El guarda supervisor a cargo revisó concienzudamente la documentación del conductor, toda en regla, y le pidió ver el cargamento que transportaba.

-Claro, hombre. Haga, haga. -le respondió el conductor despreocupadamente.

"Al menos este no se queja ni me mira mal", pensó el guardia aliviado, "Nadie parece entender que estas inspecciones no las hacemos por placer".

Las puertas del remolque se abrieron y el desanimado rostro del guarda, hundido y ojeroso tras horas de trabajo, se iluminó de pronto como besado por un hada.

Frente a él se encontraba una fascinante carga de cajas de cerveza. De una buena marca, además, la suya de confianza. Sólo de imaginar las refrescantes burbujas estallar por su garganta, sus pies levitaron y se lo llevaron lejos de aquellas interminables horas revisando carros y lo dejaron con sus buenos amigos en el bar. Los echaba de menos. Desde que los turnos se habían doblado no había tenido tiempo libre para quedar con ellos.

-Usted está haciendo un gran servicio. -bromeó señalando el alcohol. Encendió su linterna de mano y coló la potente luz escrutadora entre las cajas- Todo parece estar en orden. No voy a ser yo quien deje a Cheonsa sin cerveza. -dijo risueño- Puede cerrar y marcharse.

A sorpresa del guarda y del resto de trabajadores del peaje, el conductor no pisó el acelerador tan de inmediato como solían hacerlo todos. En su lugar, se bajó de la cabina con parsimonia e insistió en que el guarda se quedase con una caja llena de botellas. Decía que "era una pequeña recompensa por su labor por la manada".

Botella en mano y sonrisa en el rostro, el guarda observó pasmado pero jubiloso como el camión verde entraba en territorios Cheonsa.

Y así entraron también, apretujados e inmóviles entre un montón de cajas de cerveza, Park Jimin y Jeon Jungkook. Zarandeándose con las bruscas curvas que tomaba el camión, los muchachos aguantaban la respiración con el pulso aún acelerado de cuando se habían visto fugazmente alumbrados por la linterna del distraído guarda.

Jungkook se acarició la espalda entumecida y descubrió una hendidura dejada por el duro borde de una de las cajas.

-¿Estás muy incómodo? -susurró Jimin. Apenas tenían espacio de hablar sin meter el aliento de sus palabras en la boca del otro- ¿Cambiamos el sitio?

EL OLOR DE LOS JILGUEROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora