CAPÍTULO VII

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ÉIRE

Estábamos corriendo, con el sonido de las enormes alas resonando como una advertencia de muerte en nuestros oídos. Yo estaba descalza: mis botas habían desaparecido. Por lo que, consecuentemente, cada vez que daba una veloz zancada mi cuerpo se encogía no solo por la abstinencia, si no también por el dolor de mis pies desnudos pisando barro, ramas, bayas, insectos y piedras.

Audry, para nuestra gran sorpresa, corría bastante rápido. Incluso más que yo.

Yo soltaba jadeos de vez en cuando, y aunque Keelan no se detenía a preguntar sobre mi estado, sabía que estaba preocupado.

Al igual que Audry, quien se había ofrecido a pasar su mano por mis hombros y a intentar arrastrarme con su rapidez. Aún así, ni siquiera tenía aliento para poder responder a su pregunta. Me estaba desvaneciendo, cada paso más doloroso que el anterior, todo el borrón a mi alrededor solo era la imagen de Chica fría, entumecida, ensangrentada y jadeando por ayuda.

«Chica no hubiese muerto si no me hubieras amenazado, niña»

La mataría. La mataría si no estuviera muerta ya.

Quise darle una respuesta tan solo pensándolo, quise decirle algo por lo bajo, quise controlar mi ira bajo las gotas de sudor que caían por mi pecho y mi vientre, mientras sentía como mi cuerpo se encorvaba, cada vez con menos fuerza para seguir — y no solo físicamente —; sin embargo, me detuve sobre mis pies, me giré hacia aquel ñacú, y casi renqueando y cayendo hacia atrás por el giro repentino, le grité:

—¡Hijo de puta, ven aquí y demuéstrame que tu creadora es verdaderamente una amenaza!

Audry y Keelan se pararon sobre sus pies, y me miraron, alarmados, casi como si hubiera perdido la cabeza, mientras aquella bestia de cinco metros aterrizaba justo frente a nosotros, deteniendo el silbido de sus alas membranosas antes en movimiento.

Avancé un paso hacia él. Llena de barro, sangre, vómito y apestando a muerte. Aún así, aún sabiendo que era una bestia prácticamente imbatible, yo estaba dispuesta a demostrarle a esa mujer que se hacía llamar reina, que yo podía deshacerme de ella con tan solo el chasquido de mis dedos.

Porque ni ella, ni sus monstruos más poderosos, iban a arrebatarme a quienes amaba. Y ellos lo habían hecho.

—Tú no conoces la ira de Éire Güillemort Gwen. No todavía — dije, notando el tirón de alguno de mis compañeros, quienes zarandeaban mis hombros para que continuásemos huyendo. Pero no lo haría, claro que no.

Yo era una superviviente, no una cobarde.

Y aquel monstruo…Aquel monstruo debería haber sido el que huyese desesperadamente de nosotros.

«No puedes hacer nada, Éire. Tu magia está diezmada, tu fuerza por los suelos y tú equilibrio apenas llega a ser decente. Estarás muerta como no huyas de ahí»

Negué con mi cabeza, aún con Keelan y Audry rugiéndome que continuásemos corriendo, y vociferé:

—Yo no huyo, yo lucharé hasta que mis rodillas se doblen y mi cabeza ruede por el suelo.

Entonces, el monstruo rugió, y su rugido hizo temblar la tierra de nuestro alrededor. Saqué la daga que tenía escondida entre mis muslos, y le miré, desafiante, observando sus lechosos ojos sin vida, los cuales parpadeaban con ira en mi dirección.

Escuché el desenvaine de dos espadas y un murmullo enfurruñado de Audry que decía — : Ya podía habernos tocado una compañera normal.

Entonces, él se abalanzó sobre nosotros, desplegando sus enormes alas venenosas, con la ponzoña de sus púas reluciendo en la punta de estas: perlas de color burdeos viscosas y de tacto probablemente pegajoso.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora