CAPÍTULO XXIV

22 6 0
                                    

ÉIRE

—¿Crees que llorará? —le pregunté a Keelan, con una pequeña sonrisa maliciosa danzando en mis labios. Él apretó su palma contra la mía y me echó una mirada reprobatoria.

—Tú casi lo haces.

—Uy, qué mentiroso —repuse. Pero, realmente, ambos sabíamos que tenía razón.

Entonces, la sonrisa del próximo rey de Zabia menguó considerablemente, hasta que sólo quedó una mueca nostálgica en su rostro. No muy lejos de nosotros, se encontraba Audry. Estaba afilando una pila de armas, sentado sobre una roca y con las manos enrojecidas y callosas.

Keelan no trató de ocultar como sus ojos se aguaban.

—Le había echado tanto de menos —musitó con la voz levemente quebrada. Yo sabía que había sido así, porque Audry le había extrañado de la misma forma.

En ese preciso instante, solté su mano con delicadeza. Él ahora tan solo miraba al reciente comandante, con sus ojos brillando en una única vorágine de tristeza y felicidad. Asentí en su dirección, con una seguridad que había tenido que sacarme de la manga. En estos instantes, mis propias rodillas aún temblaban. Incluso aún dudaba si esto era real. De hecho, me había pellizcando varias veces para tratar de cerciorarme, pero aún mi mente aún parecía reticente.

—Estoy tan orgulloso de él. De todo en lo que se ha convertido. —Sus pies se balanceaban, dudando si avanzar o retroceder. Aún no lo decidió, ya que se mantuvo justo a mi lado, con su mirada clavada en los llanos movimientos de Audry; quien no hacía más que arrastrar una puntiaguda piedra por las hojas metálicas.

—No tienes que hacerlo ahora. Si no te sientes preparado, puedes esperar —afirmé, acariciando su costado.

Él, casi inmediatamente, negó —: Sé que puedo, pero no es lo que quiero. Necesito abrazar a mi amigo ahora.

Entonces, antes de poder compartir otro par de palabras con Keelan, dio unas zancadas seguras y se plantó frente al castaño. Este ni siquiera levantó la mirada, aún cuando vio la sombra humanoide que se cernió sobre él.

—¿Qué ocurre? —preguntó el comandante, aún sin mirar al hombre frente a él. Yo me quedé estática en mi lugar, sin saber exactamente cómo actuar, simplemente observándolo todo como una mera espectadora.

—¿Acaso debo traer alcohol para que me hagas caso?

Los movimientos de Audry cesaron, se detuvieron de sopetón. Lentamente, subió su mirada, casi como si temiera encontrarse una sombra allí que no fuera más que un vago recuerdo; que no fuera más que una alucinación, justo como a mí me había ocurrido.

Pero, entonces, deslizó sus ojos por el cuerpo del príncipe de Zabia, por su cabello y por sus facciones.
Se detuvo lacónicamente en sus ojos, compartiendo una mirada que se hizo eterna para mí, donde la dolorosa felicidad de Keelan chocaba con el desorbitante desconcierto del comandante.

—Vale, en mis sueños nuca te sabes... nuestro código. Así que eso es. Debo preguntarte... cuál es el código —balbuceó, incrédulo. Levantó su puño y aguardó a que Keelan compartiese su mismo movimiento. Cuando lo hizo, ambos chocaron sus nudillos e hicieron una secuencia extraña que incluía a sus dedos índices y corazones. Mm, ¿por qué yo no era parte de ese código? Qué traidores, pensé, divertida 

Después de eso, Audry volvió a bajar la mirada y rozó sus propios dedos con parsimonia, ojeando el rostro de Keelan con una sorpresa poco disimulada. Parecía genuinamente anonadado, pero al mismo tiempo la esperanza latía tan furiosamente en su mirada...

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora