CAPÍTULO XLI

74 16 0
                                    

EVELYN WALDORM.

La madrugada no era un buen momento. No para mí, al menos. No me gustaba cuando las llamas se apagaban y solo quedaba mi respiración, el bombeo de mi corazón y mis pensamientos. Antes, cuando tenía mi propia habitación, un libro interesante y suficiente leche como para hacerme baños diarios con ella sí que lo era.

Sobretodo si era una de aquellas noches en las que me cambiaba de habitación a hurtadillas para no tener que escuchar a mis padres. Sus gritos, aún sabiendo que todos los escuchaban, se repetían cada noche en mi cabeza como el canto de un pájaro por la mañana: al principio simplemente mirabas hacia otro lado, pero después se empezaba a hacer verdaderamente pesado para ti.

Ahora, que no tenía ni un libro, ni una habitación propia ni la posibilidad de salir a hurtadillas hacia otro dormitorio, la madrugada era una pesadilla. Una pesadilla que se repetía cada noche. Una tras otra. Como la sensación de aquellas manos recorriendo mi cuerpo. Aquella maldita sensación que no salía de mi cabeza, que por mucho que llorara, rogara o rezara nunca se iba.

Sus voces…Las voces de aquellos tres hombres, mi escalofrío involuntario, el miedo por no saber qué hacer y la impotencia de realmente no poder hacer nada era algo que preferiría no volver a vivir. Algo que mi mente no debería volver a querer vivir. Pero estaba ahí para quedarse. A cada rato, cada vez que cerraba los ojos, cada vez que le pedía silenciosamente al universo que me diese una noche tranquila.

Y aquello…No podía imaginarme peor tortura que esa.

Pero ahora no solo estaba aquello…Ya no solo eran mis padres, la inminente pérdida de mi madre o el hecho de tener que cargar con el peso de un reino entero sobre mis hombros. Ahora también me despertaba a cada rato, sobresaltada, sudorosa, recordando los gritos de aquella gente, la forma en la que aquel monstruo desgarró sus pieles y se alimentó de sus vísceras. Yo misma había tenido que curar muchas de esas heridas. Había tenido que escuchar a madres preguntándome si había visto a sus hijos, cuando la verdad era que no había visto a ningún niño. Había tenido que decirle a personas que no podía reparar un desmembramiento, que no podía salvar a sus esposas, a sus madres, a sus amigos.

Y aquello me perseguiría para siempre.

Durante un momento, me hubiese gustado tener aquella frialdad que Éire poseía, aquel semblante neutro que nunca mostraba nada y aquella forma de pelear que hacía que la miraras con admiración.

Pero después recordé lo que sabía de su vida y supe que no merecía la pena.
Para nada.

Así que después de un rato mirando la oscuridad, rezando en silencio, y pensando fervientemente en una imagen tranquilizadora para poder dormir, me di por vencida. No iba a poder. No había podido dormir bien desde hacía…los dioses sabían cuanto.

Tras llegar a aquella conclusión, tomé las pieles con las que me acurrucaba entre mis dedos, y tapé mi cuerpo ataviado con tan solo unas enaguas. Le eché un último vistazo a mi madre, quien aún soltaba balbuceos inentendibles desde la medianoche, y me moví sobre la punta de mis pies para no hacer ruido. Cerré la puerta con cuidado, y di las gracias a quien fuera que había decidido la ubicación de mi dormitorio por haberlo puesto terriblemente cerca de las escaleras.

Pensé que todo estaba hecho cuando llegué a las escaleras que conducían a la última planta. Las vi tan cerca, tan solo unos peldaños en mitad de las sombras, y algunos trazos húmedos por el aire que inexplicablemente había entrado desde fuera.

Sin embargo, alguien estaba subiendo de aquellas mismas escaleras por las que pretendía bajar.

Por un momento, mi corazón latió acelerado al imaginar que podía ser el señor de la casa, quien no nos había mostrado más que su hospitalidad y su cortesía. Quien se sentiría sumamente ofendido si me encontraba vagando por su casa a esas horas. Y no solo intentando bajar hasta las cocinas en la madrugada, sino también prácticamente desnuda.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora