CAPÍTULO XVI

24 8 0
                                    

ÉIRE

—¿Dónde se supone que vas? —me preguntó Asha, alcanzándome mientras recorría el campamento.

Apreté el cuero que rodeaba mi cintura, y me aseguré de llevar suficientes armas sujetas a el. Le eché una ojeada a la elaboradora, quien se había apresurado en guardar los frascos para embalsamar a Keelan. Aún persistía el dolor de mi muñeca, mientras la tapaba con mi manga, sintiendo el reciente pinchazo con el que Asha había robado un nuevo recuerdo.

—Voy a buscar a Serill. Tenemos que resucitar a Keelan antes de atravesar el acantilado. —La miré lacónicamente, esperando una reacción de su parte. Ella asintió y dio unas cuentas zancadas para poder alcanzarme.

No pude evitar sorprenderme. Desde la pelea que tuvimos ayer, no esperaba que quisiese comenzar otra conversación.

—Me gustaría pedirte perdón —aseguró, aferrándose a las asas de la bolsa donde escondía sus elaboraciones. Normalmente, la llevaba siempre con ella.

Fruncí el ceño ante sus palabras, echándole una ojeada sesgada a los entrenamientos que lideraba Audry. Él les ayudaba con la práctica de las armas, Haakon con el combate cuerpo a cuerpo y Brunilda con las habilidades mágicas. Cuando supervisé por primera —y única vez— las luchas entre los guerreros, me sorprendí de la capacidad que había adquirido Audry con la espada. Antes era decente, incluso bueno, pero con el tiempo parecía haber mejorado trascendentalmente. Tanto que... no sabía si en un combate donde solo estuvieran permitidas las armas podría siquiera seguirle el ritmo.

Justo a su lado, se hallaban Brunilda y Haakon, quienes parecían más hermanos que compañeros de batalla. Ambos desempeñaban distintos papeles, explotando sus puntos fuertes; sin embargo, parecían estar acostumbrados a trabajar juntos. Si ella enseñaba la forma de focalizar la magia, explicando en qué momento era idóneo hacerlo, Haakon les comentaba entre dientes —casi como si fuesen una molestia— qué partes corporales debían golpear si tenían que utilizar su cuerpo en lugar de su poder.

Los hombres y mujeres a los que entrenaban pertenecían al ejército de Evelyn o al de Valhiam; personas que no conocían la brutalidad de Güíjar ni tenían el conocimiento tan extenso que le había transmitido Keelan al comandante. De cualquier forma, no todos se entrenaban —ya que no podrían enseñar a centenares ni aunque quisieran—, pero sí que era cierto que a los que consideraban menos diestros les obligaban a asistir.

Por un momento, me pregunté qué había sido de la vida de estos soldados antes de la guerra que habíamos comenzado. Probablemente, no fuera ni mucho menos una buena vida. Quizá diría que incluso llamarlos desgraciados era un eufemismo, porque para los demás eran monstruos, y siempre lo serían.

Mi madre me había considerado durante toda mi vida una aberración, un error y dedicaba su vida a repetírmelo constantemente hasta que caló bajo mi piel. Me hizo odiarme por mi poder y mi identidad. Me hizo odiarme porque yo era una amenaza en potencia para las voces de su cabeza, apodadas por ella como "dioses".

Si era sincera, antes todo esto solo se había tratado de una venganza personal, y en gran parte lo seguía siendo, pero también se trataba de supervivencia y de derechos básicos. Se trataba de no permitir que esa zorra pudiese matar a todos los seres mágicos como si no importáramos.

Éramos más rápidos, más fuertes y más poderosos. Antaño habíamos sido el reino más rico e importante jamás visto, pero nos aplastaron entre todos como si fuéramos una plaga, tan solo perdonándonos la vida para utilizarnos. Y esa discriminación no había disminuido, al parecer solo la estaban maquillando con la esclavitud a la que estábamos sometidos sirviendo a los humanos. Nos habían desplazado, humillado y utilizado. A muchos nos habían cazado, y a los monstruos razha directamente los habían intentado aislar y masacrar una y otra vez. Yo misma había estado atada al rey de Zabia indiscutiblemente, pensando que nunca podría huir de ese destino, pero ahora tenía más. Tenía poder y tenía luchas que librar. Podía matar en un campo de batalla, como antes solo soñaba con hacer, sintiendo la adrenalina bombeando y el poder de las vidas ajenas en mis manos. Quizá sonara narcisista y cruel, pero también muy honesto.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora