CAPÍTULO XVIII

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ÉIRE

—¿Me veo más sexy con los hematomas?— dijo Audry, dándole un bocado a aquella pequeña codorniz mientras observaba a Lucca, quien se rio y le dio un ligero toque en el hombro mientras respondía:

—Justo como el Don Juan de los libros que es un topicazo.

Y es que, después de unos días tras la pelea en La Posada de Roca y Piedra, aún quedaban moratones en su piel que no se habían borrado, y ahora su rostro había sido convertido en un lienzo añil, violáceo y dorado.

Yo terminé mi comida y le tiré el huesecillo que dejé a Ojitos para que se lo tragará. Keelan no estaba con nosotros en torno a la hoguera, en cambio, hacía un rato había dicho que iba hacia una enorme poza que habíamos encontrado esta mañana.

Y yo le había dejado su tiempo a solas…Sin embargo, ahora me sentía en la necesidad de ir a buscarle. Así que me levanté y sin necesidad de decirle nada a nadie, me encaminé hacia aquel lugar.

La poza no estaba lejos de aquí, en cambio, nos habíamos instalado tan cerca de ella que podíamos oler la tierra húmeda y escuchar los chapoteos de algunos peces.

En cuanto llegué allí, me encontré a Keelan emergiendo del agua, mientras limpiaba de su rostro perlas de agua que casi pude asegurar que no todas eran de la poza.

Él me vio, pero, aún así, no hizo nada más que saludarme. Y es que ni yo misma sabía si era buena idea entrometerme en este momento para él.
Pero, a la mierda, era Éire y aquel descaro no se me había ido en unas semanas.

Así que me deshice de mis ropas y me zambullí de sopetón en el agua, sintiendo la gélida sensación del agua fría por todo mi organismo. Cada trazo de mi piel reaccionó a aquello y casi quise salirme de allí corriendo y buscar unas termas. Sin embargo, todos sabíamos que ya era demasiado arriesgado compartir una terma con alguien de Iriam.

Así que me impulsé con mis pies y tomé una bocanada de aire mientras el agua echaba mi ahora perfectamente liso cabello hacia atrás. Keelan me daba la espalda, y me pareció escuchar como tragaba durante saliva, así que di algunos pasos en su dirección y le abracé en torno a sus caderas.

El tembló, no supe si por mi helado tacto o por siquiera el haberle rozado, pero lo hizo.

—¿Estás bien? — le pregunté, escuchando por su espalda como sus latidos del corazón ahora eran frenéticos. Keelan me miró sobre su hombro y asintió.

—Lo estoy…Es solo…— Titubeó, y se dio la vuelta en mi dirección, mirándome con la vergüenza bailando en sus pupilas —. Me siento como si hubiera fracasado, ¿sabes? Yo debería estar gobernando Zabia, guardando luto por la muerte de mi padre, y no lo estoy. Y no te culpo, nunca lo haría, pero siento que me he fallado a mí mismo por estar aquí y no allí.

Yo posé mis manos sobre sus hombros fríos y desnudos, apoyándome ligeramente en la punta de mis pies, notando como el agua rozaba sutilmente mis pechos.

—Escúchame, Keelan Gragbeam, no voy a permitir que digas que has fracasado. No voy a permitir que el actual rey de Zabia diga que ha fracasado cuando ha recorrido todo un país solo para ganar a una aliada. Y me tienes en la palma de tu mano, hijo de Symond, así que cuando gane esa corona puedes ir contándote un aliado más.

—Tú no quieres esa corona.

—Es cierto. Pero a quién sea que se la dé, debe jurarme que protegerá Zabia como haría con su propio reino. — Me acerqué levemente más a él —. Quiero que veas esto como un viaje para lograr aliados y ayudar a tu reino, porque es lo que es. Llegaremos a Iriam, reclamaré esa corona que por derecho es mía con la ayuda de los señores que me apoyan, e Iriam será prácticamente tuyo.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora