CAPÍTULO XXII

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ÉIRE

Sus manos se deslizaban por mis muslos desnudos, mientras el puente se balanceaba bajo ambos.

Nuestros pantalones habían desaparecido hacía un tiempo, igual que nuestras túnicas y nuestras armas. Ahora todo esto se amontonaba justo a nuestro lado, murmurando cada vez que los tablones de madera crujían con cada pequeño movimiento nuestro.

Nuestros labios se fusionaron con una necesidad primitiva, mezclando con cada presión de nuestras lenguas la sangre de ambos, ocasionada tras todos los mordiscos con los que habíamos colmado los labios del otro. Su rodilla se presionaba contra el centro de mis muslos, y con cada profundo beso sentía como rozaba con más fuerza mi parte más sensible. Inevitablemente, un jadeo se escapó implacable de mi boca.

—¿Te molesta? —preguntó Keelan, con la interrogación clara en su mirada. Durante un instante, estuvo a punto de apartarse, pero no iba a dejar que alejase en este maldito instante sus manos de mí. Porque... Joder, sí que me gustaba. Sus movimientos no eran los más precisos, pero se preocupaba tanto por saber qué era lo que me proporcionaba más placer que nunca fallaba.

—No, no me molesta para nada —afirmé yo, dirigiéndole una mirada segura. El alivio bañó su mirada, mientras se acercaba de nuevo hacia mí. Se inclinó en mi dirección, justo sobre mi cuerpo tumbado, con la fricción de su piel contra mi punto de nervios de nuevo. Su boca se encontraba a un palmo de mi rostro y su aliento chocaba cálidamente contra el lóbulo de mi oreja, mientras dejaba besos en mi mandíbula y recorría con su dedo índice mi clavícula.

Entonces, buceó con sus dedos por encima de mi piel, y atrapó mi pezón entre las yemas de estos. Los pellizcó con la fuerza necesaria y mi espalda se arqueó. Si seguía por ahí...no iba a durar mucho. Me moví contra su muslo casi inconscientemente, soltando un siseo llano contra su pómulo.

El sonrió tímidamente, acercando su otra mano al centro de mis muslos. La primera vez que estuvimos juntos de esta forma, yo le había dicho cómo me gustaba, así que ahora... esos círculos con su pulgar justo en el vértice eran el roce perfecto para mantenerme en el borde.

Estaba apunto de tocar las nubes, sintiendo su tacto esponjoso contra la yema de mis dedos, olfateando el afrodisíaco ámbar bajo la punta de mi nariz. Pero no... No tan rápido, no.

—Detente, es mi turno. —Ni siquiera le dio tiempo a responder, cuando le empujé hacia atrás con rudeza y me senté a horcajadas sobre su cuerpo. Lo notaba contra mis muslos con una dureza que debía dolerle.

Aún así, no moví mi mano, no le complací de ninguna forma, y él ni siquiera se quejó. Tan solo sonreía ligeramente, de una forma tan profunda y oscura que envió descargas hasta mi vientre bajo.

Lo sostuve con firmeza, sin evitar su mirada. Sus ojos me quemaban allá donde se posaban: sobre mis pechos, mi vientre, mis grotescas cicatrices y mis estrías. Su lengua humedeció su labio inferior, mientras flexionaba sus brazos tras su cabeza, mirándome como si fuese su obra de arte predilecta.

—Me encantas.

—Dame un segundo y te enloqueceré —afirmé, cayendo suavemente contra su dureza. Pude deslizarme hacia abajo con una facilidad vergonzosa, gracias a la humedad que empapaba mis muslos. Me sostuve gracias a sus hombros, y Keelan rodeó mis caderas, procurando ayudarme a realizar cada movimiento sobre él. Keelan soltó un gruñido ronco, y hundió sus dedos en la piel de mi estómago, llenando de besos mi cuello. Atrapó entre sus dientes el lóbulo de mi oreja y envió un cosquilleo que atravesó mi cuerpo por completo.


Caí de nuevo contra él, paseando mis dedos por sus omóplatos. Sentía allí la rugosidad de su piel, donde sus alas se escondían bajo sus músculos. En cuando rocé aquella zona, sentí como sus dientes tocaban mi hombro. No pude evitar separarme lo suficientemente como para observarle, y ojeé como el dorado de sus ojos se ensombrecía gozosa y placenteramente. Entonces, reparé en que sus colmillos parecían haber crecido considerablemente, como...si se estuviera transformando en este mismo instante.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora