ÉIRE
Todo estaba borroso.
Cuando abrí los ojos, empecé a toser descontroladamente aún sin yo quererlo. Me erguí rápidamente, y tras mi espalda me topé con una superficie gélida y rocosa.
¿Rocosa? Yo…lo último que recordaba era estar en la terma con Keelan, sonrojándome — según él — y después de eso…nada. Después de eso no había nada.
Recordaba la discusión con Audry, las cosas que le había dicho…Recordaba el querer disculparme. De hecho, aún lo sentía. Pero nada más. Nada preocupante.
Entonces, en un recóndito lugar de mi mente, justo en mi memoria, se encontraba el recuerdo de un tirón. Un zarandeo desde lo más profundo de la terma. Recordaba la sensación de impotencia, de asfixia, de dolor. Recordaba haber caído en una cueva y haberme golpeado, pero nada más…
No recordaba porqué estaba viva. Y eso, definitivamente, no tenía demasiado sentido.
Y en ese preciso momento fue cuando escuché la espada.
Elevé la mirada, viendo un movimiento felino, rápido y sigiloso. Era un hombre. Era el movimiento de un hombre alto y fornido, blandiendo una espada con destreza y furia.
Vi cómo aquel monstruo resplandeciente lanzaba un golpe hacia las piernas de aquel hombre, pero él parecía mucho más experto, ya que con tan solo un movimiento de su espada cortó sus dos brazos hasta reducirlos a sangre fulgente.
Me pareció reconocer aquella espalda musculosa, aquellos hombros anchos, aquellas alas doradas que se desplegaban hasta rozar las paredes de aquel recoveco.
Espera…, ¿había dicho…alas doradas?
¿Cómo las alas de Keelan?El príncipe se arrodilló a mi lado con rapidez, mientras aquel monstruo se movía con torpeza por la cueva, observando como borbotones de sangre chisporroteaban fuera de sus brazos cortados. El monstruo soltó un grito inhumano, mirando al príncipe con sus resplandecientes ojos azules. Mirando al que le había arrebatado sus brazos con el odio más humano que alguna vez había visto.
Keelan tenía el cuerpo perlado en gotas de agua y sudor, y las membranas de sus alas estaban rociadas en sangre de aquel monstruo, ahora temblando ligeramente a mi alrededor; rodeándome con ellas y protegiéndome por si a aquel monstruo se le volvía a ocurrir atacarme. El príncipe tenía tensa la mandíbula, y su ceño se fruncía, iracundo, mientras ojeaba mi vientre con fijeza.
Entonces fue cuando entendí porqué lo miraba así.
—Estoy…— Tuve que hacer una pausa, sintiendo como mi lengua se inundaba de mi propia sangre. El miedo caló en mis huesos, viendo la enorme herida que partía mi abdomen en dos, mientras la sangre formaba un charco bajo mí cada vez que mi pecho se levantaba por cada respiración —. Voy a m-morir, ¿verdad?
El príncipe me miró por primera vez a los ojos. Sus iris ámbares ahora mucho más brillantes, casi como la inmaculada piel de aquel monstruo, fijados en mí con una fiereza casi primitiva.
—No voy a dejar que eso ocurra — aseguró. Aún así, podía escuchar el leve temblor en su voz, y ambos sabíamos que no podíamos asegurar nada.
Para salir de aquí, teníamos que nadar, y eso implicaba tener que salir de nuevo al agua de la terma. Y salir al agua con una herida como la mía…era un suicidio asegurado.
Me desangraría antes de llegar a la superficie.
Así que acabé con mi último resquicio de fuerzas, mientras acariciaba el pómulo del príncipe. Un ligero trazo de barba empezaba a formarse en su mentón, y sentí el tacto rugoso bajo mis dedos.
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Reino de mentiras y oscuridad
Fantasy•Segundo y tercer libro de la trilogía Nargrave. Éire Güillemort Gwen había huido de Aherian tras aquella traición con Keelan, Audry y su nueva criatura acompañándola en su viaje para reclamar aquella corona. Gregdow seguía siendo tan oscuro como s...