CAPÍTULO XIX

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ASHANIA MINCEUST

Mis manos temblaban, y Cade tomó algunas hierbas que rápidamente le indiqué mientras me revolvía sobre aquellas almohadas. Mi magia había sido diezmada tras el ataque de Éire, y apenas había conseguido recolocarme la piernas. Llevaba tres días febril, con fiebres altas y con mi hijo teniendo que comer algunas gachas que teníamos guardadas.

Durante unos instantes, tuve ganas de echarme a llorar. La hechicera nos había dejado allí a nuestra suerte, en mitad del camino hacia Iriam, y con unas lesiones que de no ser por mi magia me habrían matado.

Aún así, la entendía. Mi cerebro podía llegar a entenderla: la había drogado durante días, y su mente atormentada había quedado atrapada en la peor de las torturas. Podía entenderla, porque después de haber pasado por tanto, era normal que ella no estuviera bien. De cualquier forma, aquella empatía no detuvo los escalofríos ni el castañeo de mis dientes mientras la fiebre me subía y Cade me ayudaba a sorber los últimos resquicios de aquel brebaje.

Algunos pelos de ñacú, baba de quepak y la piel mudada de un kolbra…

Aquello era lo poco que había podido recopilar en este viaje. Ingredientes que no tardé en transformar con mi magia en una poción lo suficientemente fuerte como para sanar cada una de mis heridas.

Entonces, Cade se sentó justo a mi lado y me arropó con las pieles que nos quedaban, mirándome con un deje de preocupación en sus ojos.

—Mamá…Yo…No hice nada…Yo lo siento…Yo…

Le chisté ligeramente y toqué con delicadeza su mejilla malformada. Noté el rugoso tacto en la punta de mis dedos y le susurré:

—Mamá está bien, Cade. Y Éire no es mala, ni mucho menos, solo estaba asustada — le dije, intentando tranquilizarle mientras le limpiaba una de las lágrimas que había derramado —. La gente asustada hace cosas para defenderse, ¿sabes? Cosas que no haría en otro momento. Pero la buscaremos para que no la atrapen y la ayudaremos, en cuanto mamá esté mejor…Tan solo hay que esperar a que mamá esté…

No pude terminar aquellas palabras, ya que unas ruedas resonaron por la vereda. Abrí desmesuradamente los ojos, e intenté incorporarme de golpe. En cuanto lo hice, Cade se puso en pie y me miró alarmado, mirando de un extremo a otro del carro.

—Quiero que te quedes dentro del carro y te escondas con esa pila de mantas. Mamá ya tiene las piernas mejor y puede caminar, así que hablaré con esas personas, ¿de acuerdo? — Me intenté levantar con su ayuda y tomé el bastón que él mismo que había perfeccionado con el puñal que yo guardaba bajo mi almohada. Mi hijo me miró, preocupado, y apenas pude contener el temblor de mi mano mientras le decía — : No te preocupes de nada, tan solo tápate con las pieles.

Y me obedeció, siguiéndome con la mirada mientras abría la puerta del carro a duras penas, Cade se metió en aquel montón de pieles y no dejó rastro además de un bulto de pelaje de oso.

Tragué saliva duramente mientras aferraba mi mano a un extremo de la madera e intentaba dejar caer mi pie sobre el suelo; sin embargo, casi me caí de bruces mientras bajaba la otra pierna de sopetón. Me apoyé con férrea determinación en la punta redonda de aquel bastón e intenté no tambalearme mientras aquel carruaje enebro se detenía justo frente a mí.

El cochero del carruaje no era ni más ni menos que una mujer regia y de aspecto sombrío, con un largo y pesado traje obsidiana y perlas sin una sola mácula rodeando su cuello.

Yo entrecerré el ceño, y ella vociferó:

—¿Quién sois y por qué nos retenéis el paso?

Yo me fijé en su cabello largo y ligeramente sucio, pero blanquecino, su cabello era totalmente canoso, mostrando pequeñas hebras que antes podían haber sido de un reluciente rubio. Entonces, yo tragué saliva y le dije:

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora