CAPÍTULO VIII

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ÉIRE

Asterin y Evelyn iban en un lustroso carruaje enebro, en el que nos hicieron un hueco a duras penas. Iban con apenas una comitiva que podía ser contada con los dedos de tan solo una mano, cosa que también me extrañó. Finalmente, habíamos conseguido entre todos levantar la pata de aquel monstruo mientras Ojitos se envolvía en torno a su pezuña e impulsaba su cuerpo hacia arriba.

Y, aunque no quisimos irnos con ellas…Aunque sabíamos que bien esto podría costarme la vida…

Keelan necesitaba su ayuda. Así que la aceptamos.

Y Ojitos, de nuevo, tuvo que desaparecer entre la maleza. Tan solo le dije una cosa antes de que se marchara:

Vuelve. Pero vuelve con vida, por favor.

Él asintió, y tras eso, solo fue un redondo agujero en la tierra lo que quedó como vestigio de su marcha.

Y, en un par de horas, mientras el sol bañaba nuestras ventanillas y me nublaba aún más la visión, alimentando el dolor que sentía como una migraña en las cuencas de mis ojos, llegamos a una posada.

Asterin ni siquiera tuvo que pagar, y todos se reverenciaron alrededor de los hermosos vestidos de ella y la princesa, sin prestarnos a Audry y a mí la más mínima atención mientras intentábamos sostener al príncipe. Cuando llegaron los peldaños de piedra de una escalera que parecía enroscada como un caracol, los guardias tuvieron que ayudarnos a subir a Keelan, sujetando su cuerpo por tantos lugares se pudiese.

La reina y su hija no dijeron nada, y yo prefería ahorrarme las amenazas de muerte para cuando todos estuviésemos en un estado que no fuese lamentable.

Asterin abrió una de las puertas bañadas en polvo que ni siquiera tenían pomo, tras negarle a la mujer que atendía a los viajeros el hecho de utilizar su propia cabaña que estaba poco lejos de aquí.

Cosa que veía estúpida. Si tenías esos privilegios, ¿por qué desperdiciarlos?

La respuesta estaba clara, suponía: la reina no debería ser tan egoísta como lo era yo. O, tal vez, tenía un tórrido romance secreto con algún leñador oculto tras pilas y pilas de heno del establo.

Al pensar en un establo, no pude evitar pensar en Chica, y mi estómago dio un vuelco tan rápido que pude haber vomitado sobre los caros zapatos de Evelyn. Cosa que, siendo sincera, no me hubiera disgustado.

La habitación parecía un cubículo redondo: paredes de piedras que me recordaban al adobe seco que sobresalía de las piedras de la cabaña de Amy y Gerald, suelo duro y probablemente frío, sin ventanas, y casi en completa oscuridad si lanzábamos hacia alguna esquina aquella vela prendida sobre una mesita de noche, al lado de paja enfundada en telas que se hacían llamar cama.

Tragué saliva, y los guardias dejaron a Keelan sobre aquella superficie, con extraña delicadeza bajo la mirada de Asterin.

Tras eso, Evelyn les pidió que se fueran, y la puerta crujió a tal punto que pareció que iba a desplomarse.
Segundos después, nos quedamos a solas los cinco.

Con Keelan aún inconsciente, pero con pulso. Con pulso, Éire, con pulso, me repetí como un mantra, calmando la ansiedad que apabullaba mi pecho.
La reina de Aherian se acercó al príncipe, dejando a Evelyn contra la puerta, justo al lado de Audry. Aunque, antes de que pusiera una mano sobre él, le rugí:

—Como le hagas algo malo te arrancaré la lengua con tan solo una mano y se la haré masticar a tu hija. — Asterin se giró brevemente en mi dirección, y sin una pizca de miedo en su semblante, tomó el brazo torcido de Keelan, el cual parecía una masa muerta y aplastada posada sobre las telas en posiciones inimaginables. Si esto no fuera tan serio como lo era, haría una broma sobre Keelan como contorsionista viajando en carruajes con un circo lleno de ropajes extravagantes y vibrantes.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora