ÉIRE
Era cierto todo lo que me habían dicho. Después de una hora galopando sin detenernos, dejando a Aylwind como señor de Valhiam en mi lugar, y al resto de guardias dentro de las murallas de aquellas tierras conquistadas, estábamos cerca de Güíjar. Y, como había escuchado, era una simple aldea sin apenas chozas y no más que una tierra para labrar.
Al principio, no supe si depositar mi confianza en aquel comandante prácticamente desconocido para mí, pero después reparé en la forma en la que lo miraban sus compañeros: con admiración. Y aquello me dijo todo lo necesario para saber qué hacer con él: si me lo quitaba de encima cuanto antes y en su lugar nombraba a otro comandante, me ahorraría la posible amenaza que suponía Aylwind para mi poder sobre aquellos hombres.
Así que ¿qué mejor idea que dejarle a cargo de aquellas tierras hasta que Evelyn fuese informada e instaurase un nuevo gobierno? Al fin y al cabo, él le era fiel a su reina. Y si se atrevía a no serlo, sería su cabeza la próxima que rodara bajo mis pies.
—¿Debemos atacar? Aquí no parece haber demasiada gente, Éire. No sé si será una batalla justa —arguyó Audry a mi lado, deteniendo a su yegua con un tirón de las riendas.
Eché un vistazo por encima de mi hombro a los cien hombres que había traído conmigo. Después, compartí una mirada con Asha, quien jugueteaba con sus anillos mientras mantenía su mirada sobre mí.
Hoy tenía el pelo recogido entre cintas, con innumerables trenzas tirando de su cabello y sosteniendo su rodete, y estaba especialmente preciosa.
—¿Lavaste las camisas de mis soldados?
Ella sonrió ladeadamente.
—Una a una.
—Perfecto —solté, ajustando la tira de cuero que mantenía mi larga coleta en alto. En este tiempo, mi pelo había crecido tanto que caía por mi baja espalda en hondas voluminosas.
—¿Que si ha lavado las camisas…? ¿De qué estáis hablando? —Audry frunció el ceño, mirándonos como si estuviésemos compartiendo una especie broma que él no entendía.
Yo le sonreí abiertamente.
—¿Quieres lavarlas tú en su lugar? Me encantaría verte frotando camisas.
Audry entrecerró los ojos.
—Enferma.
—Me halagas.
Después de aquello, salté del lomo de mi caballo gris vetado, y aterricé limpiamente en el suelo. Ajusté mi abrigo sobre mis hombros, y me acerqué a la pequeña pendiente arenosa que separaba la vereda de los comienzos del bosque. Sabía que mis hombres me seguían con la mirada, así que procuré mantener la cabeza bien alta mientras me giraba sobre aquella —ligeramente— más alta posición y repasaba lentamente a cada uno de ellos.
Había escogido a los más enjutos, a los más menudos, a los más lentos y a los más torpes. Había escogido a los que temían a la muerte, a los que tenían menos entrenamiento. Había escogido a los más jóvenes y a los que eran demasiado mayores.
Había escogido lo peor de mi ejército, pero sabía que ellos se sentían halagados por haber sido seleccionados entre cinco mil hombres para la primera misión. Sin embargo, había algo que ellos no sabían, y era que estaban siendo utilizados para algo mucho mayor.
—Creo que hablo en nombre de todos cuando digo que los asesinos y sus aliados deben tener un castigo. Este pueblo de aquí, pese a ser parte de los territorios de nuestra excelentísima reina, conspiró contra ella. —Se escucharon algunos gritos indignados entre los guardias. No todos eran jinetes. De hecho, la mayoría no lo eran —. Ellos abastecieron al reino que acabó con nuestros antiguos reyes (que los dioses les hayan concedido otra oportunidad), e intentó matar a nuestra actual majestad. Por eso mismo, debemos tomar venganza por su traición. ¡Debemos mantener intacto el honor de Aherian a toda costa!
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Reino de mentiras y oscuridad
Fantasy•Segundo y tercer libro de la trilogía Nargrave. Éire Güillemort Gwen había huido de Aherian tras aquella traición con Keelan, Audry y su nueva criatura acompañándola en su viaje para reclamar aquella corona. Gregdow seguía siendo tan oscuro como s...