CAPÍTULO XXXVIII

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ÉIRE

—¡Por la hechicera de las bestias! —exclamó uno de los hechiceros, de piel cenicienta y mirada reluciente. Levantó su jarra de cerveza y el centenar de personas que se reunían en el comedor le siguieron. El ñacú a mi lado gruñó por lo bajo, secundando los gritos de los hechiceros.

Veía como las sombras de los quepaks se esclarecían brevemente mientras yo chocaba mi vaso de agua de tormenta contra el de Haakon. Los kolbras también levantaron los vasos que apenas podían sostener en sus manos escamosas, y se echaron a la boca todo el vino que tenían cerca. Inevitablemente, me carcajeé mientras observaba como muchos de ellos se llenaban el rostro de vino y licor, mientras su vuelo cada vez era más torpe y desacertado.

Algunos humanos sindortyanos también se encontraban aquí. Al principio, parecían titubear antes de siquiera levantar la mirada, y aunque muchos de ellos aún seguían sentados en silencio, otros pocos bailaban con algunos hechiceros y se acercaban con cada vez menos miedo a las criaturas razha.

El hecho de traerlos aquí no había sido más que una estrategia para que viesen que no éramos malignos. Que ningún ser mágico era un monstruo, y que consecuentemente podíamos vivir como una sociedad unida.

—Mi señora, me gustaría salir a patrullar —me dijo Haakon. Yo alcé una ceja, mientras le miraba cuestionándole silenciosamente —. Y quizá busque al comandante también. Tengo algunas cuestiones importantes que solventar.

—¿Y que cuestiones son esas, si puede saberse?

—Mi señora, no me gustaría entretener al comandante con banalidades, por eso pido su permiso.

—No tienes porqué. Si Audry quiere, puedes pasar el tiempo que quieras con él, siempre que no me perjudique en ningún sentido.

Él asintió, con una mirada inexpresiva y la postura recta y cuadrada. Si no fuera porque podía leerlo más allá de su mirada, justo en su mente, no sabría que aquella respuesta le había contentado.

—Puedes marcharte, Haakon. He venido a relevarte —dijo una voz intrusiva que acababa de ahuecarse un lugar a mi lado. Yo no pude evitar humedecer mi labio inferior mientras observaba a Brunilda.

Su cabello no estaba recogido esta noche, y caía hasta poco más allá de sus hombros, con vetas rubias, blanquecinas y doradas. Sus ojos relucieron violáceos cuando reparó en mi mirada, que caía desde su hermoso cabello liso hasta su sencillo vestido color bronce de muselina. Su figura era regia y de hombros anchos, con unos brazos que muchos hombres podrían envidiar y unas piernas que no me negaría a tocar. Si ella me lo permitiera, por supuesto.

Pero, joder, si me lo permitiera...

—No debería beber ni comer nada hasta que alguien lo haya probado antes que usted, su majestad. Podrían atentar contra vuestra vida.

Yo tragué saliva con fuerza, dándome cuenta en aquel momento de que Haakon se había marchado silenciosamente de allí, dejándome a solas con Brunilda. Aunque, técnicamente, todo un centenar de gente estaba a nuestro alrededor.

—Si alguien quiere atentar contra mi vida, que lo intente —respondí secamente, tomando un largo trago de aquella agua de tormenta. Aún así, podía observar como Brunilda Sin Apellido observaba detenidamente la sala una y otra vez tratando de encontrar potenciales amenazas —. Sabes que no tienes porqué hacerlo, ¿verdad? Toda una legión de monstruos está aquí dentro, y todo un ejército espera fuera. Sería imposible que alguien indeseado alcanzara siquiera a pisar Sindorya.

Ella se giró en mi dirección, y con decisión dijo —: Vos misma lo ordenasteis, así que yo acato la orden que nos dio. Si quiere que pare, pararé.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora