CAPÍTULO XLIV

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ÉIRE

Estaba mareada. Definitivamente, aquella pócima de la verdad sí que tenía efectos secundarios. Me aferraba con fuerza a la barandilla de las grandes escaleras, pero todo parecía igualmente confuso. Las escaleras bajo mis pies parecían planas y empinadas, mientras me esforzaba por poner un pie frente al otro, agarrándome al pasamanos como si fuera mi cuerda para la escalada.

Mucho mejor que el alcohol. Y menos mal que ya había guardado aquellos frascos en mi habitación, porque en caso contrario ya no serían más que cristales por el suelo.

Solté una carcajada. Solo alguien tan maravilloso — y quizá un poquito narcisista — como yo podía tomarse unos efectos secundarios como algo bueno.

—¿Éire? — preguntó una voz. Una voz, sí, pero no estaba segura de si en mi cabeza o en la realidad. ¿Gianna? No, no. Gianna no preguntaría, ella solo aparecía para decir venganza con una tenebrosa voz.

—Me giraría para ver quién eres, pero caería por las escaleras. Aunque sí, soy esa misma, excepto que seas mi melliza malvada. En ese caso, espera a que se me ocurra una forma de ocultar unas cositas. — Fruncí el ceño, pensando en lo que había dicho —. ¡Ups! Creo que no tendría que haber dicho eso…, ¿verdad?

—Soy Audry. Y ni siquiera sé si quiero preguntar qué te has tomado. — Pasó una mano por mi hombro, dejando que apoyase mi peso en él.

—Si eres Audry…dime cuál es mi color favorito.

Creí que subimos las escaleras. No estaba segura.

—Mm, no lo sé. ¿Eso es una pregunta trampa?

—Sí, suena a algo que Audry definitivamente diría, pero nooo. Mi color favorito es el rojo.

Me pareció escuchar como se abría una puerta. Eso creí. Todo estaba borroso y lo único que veía eran retazos del mismo blanco límpido. Una brisa gélida que erizó mi vello me hizo estremecer. Y no fue un escalofrío precisamente placentero.

—Pensé que era el azul. ¿Por qué el rojo?

Me encogí de hombros.

—Me parece sexy. — Entonces vi que la puerta que me había parecido escuchar era la de la entrada, y que aquellos retazos blanquecinos no eran las paredes, sino los montones de nieve bajo mis botas. En otro momento, al no ver quién me llevaba y al ni siquiera poder reconocer la voz, me hubiera alarmado. Ahora me daba un poco igual. ¿Qué era la vida sin el riesgo? —. Mm, Audry, ¿dónde vamos?

—Ahora lo verás. Te va a encantar.

Yo no estaba tan segura.

Entonces, aquella persona que definitivamente tenía voz masculina, me colocó contra su pecho y pude sentir como mis pies tocaban el borde de algo. ¿Un precipicio? No, joder, estaba siendo paranoica.

O tal vez estaba comportándome como una estúpida por no serlo.

Entonces, sus manos se colocaron en mi baja espalda y me empujaron.

Solté una exclamación, pero no fue ni un seco golpe lo que recibí, ni escuché el crujir de uno de mis huesos; en cambio, mi boca entreabierta tragó agua extrañamente caliente. Hice aspavientos con mis manos, intentando volver a la superficie, aunque apenas tuve que hacer mucho esfuerzo cuando emergí entre bocanadas anhelantes de aire.

Tosí descontroladamente, sintiendo como me faltaba el aire y como mi diafragma contraído dolía como un peso extra en mi pecho.

Entonces, elevé la mirada, y pude ver claramente a Audry frente a mí, mirándome de pie sobre la nieve con una ceja enarcada.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora