ÉIRE
Las ramas fueron las primeras en rodear mis dedos. Después fue el sérico tacto de los pétalos lo que se deslizó por mi codo, hasta que las espinas se clavaron directamente en mi hombro. Levanté mi mirada hacia aquella mujer, e instintivamente sentí como mis entrañas se retorcían al ver como su sonrisa aumentaba.
Traté de retorcerme entre las plantas que empezaban a envolverme y de alejarme de aquella hechicera, pero rápidamente ella sostuvo mi mano restante antes de que escapara de su alcance. En cuanto los tallos empezaron a enredarse por mi torso, no pude evitar sentir como comenzaba a faltarme la respiración.
—Zorra —siseé, sin poder evitarlo. Estas malditas ramas me estaban robando cada resquicio de oxígeno escondido en mi cuerpo.
Ella enarcó una ceja, sin molestarse en ocultar su satisfacción. Probablemente, estaba a menos de un instante de ponerme azul.
—Oh, ¿su majestad está enfadada? —se pavoneó abiertamente.
—Créeme, no me has visto enfadada —farfullé, tirando de los hilos nebulosos dentro de mi vientre. Los sentía presionados contra mi piel, enmarañándose por mi organismo, despiertos y relucientes mientras se engarzaban en la mente de todos los monstruos que estaba controlando. Realmente, sin la ayuda del espíritu de la antigua reina no sería capaz de tanto.
Era poderosa, sí, pero ni siquiera yo podría albergar por mí misma tanto poder.
—Si eres tan poderosa ¿por qué no escapas de unas simples plantas? —Su burla me hizo querer arrancarle esa larga lengua y hacérsela tragar. Sin embargo, me forcé por tragar saliva y mantener mi boca cerrada.
—Porque estaba esperando eso. —Miré por encima de su hombro, sin ocultar mi destello de sonrisa. La hechicera elemental se giró con rapidez, aflojando en el acto las ramas que aplastaban mi cuerpo hasta que pude respirar con normalidad. Entonces, el ñacú pasó justo por encima de su cabeza y abrió su enorme hocico mientras caía en picado en nuestra dirección.
Para ella paso desapercibido, para mí no.
—No perdería mi energía con seres insignificantes —mascullé, pasando por encima del enorme cuerpo de la hechicera. Estaba casi igual que antes, solo que…ahora no tenía cabeza.
Ni siquiera me lo pensé dos veces cuando seguí mi camino en dirección al pequeño comandante. No dejaría que lo lastimasen bajo ningún concepto.
Quien fuera que lo había hecho gritar, conocería el tormento al toparse conmigo de frente. Él era una parte de mí y nadie salía impune al dañar a la hechicera de las bestias.
Reparé en la posición de mi amigo solo unos instantes después: estaba acorralado en el borde de puente colgante por, al menos, tres guardias enemigos.
Oh, ¿así que con batallas injustas?
Yo les daría una injusticia a esos bastardos.
Saqué habilidosamente una daga de mi bota y la coloqué justo bajo el mentón de uno de aquellos hombres. Era el más alto de los tres, y por como sujetaba la espada en dirección al pecho del comandante, sabía que no era precisamente el eslabón más débil.
El castaño reparó entonces en mi presencia, entornando los ojos por encima del hombro del guardia al que mantenía contra mi arma.
—Lo tenía todo bajo control —gruñó Audry, balanceando sus tobillos justo en el borde de los tablones. Le eché una mirada significativa a su tahalí vacío: estaba desarmado, así que no diría que lo tenía todo exactamente bajo control.
—No creo que quieras hacer esto. Por tu fuerza y tamaño, no eres precisamente una amenaza para tres hombres armados hasta los dientes. —Apreté instintivamente la hoja metálica contra su cuello. No parecía estar mofándose de mí, si no tan solo relatando un hecho.
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Reino de mentiras y oscuridad
Fantasía•Segundo y tercer libro de la trilogía Nargrave. Éire Güillemort Gwen había huido de Aherian tras aquella traición con Keelan, Audry y su nueva criatura acompañándola en su viaje para reclamar aquella corona. Gregdow seguía siendo tan oscuro como s...