ÉIRE
—Si atacamos Normagrovk, nos vencerán fácilmente. Tendrán ventaja: es su territorio y ya saben que estamos aquí —expuso Asha, terminando de anudar su largo pelo con una cinta de cuero. Los ruidos del campamento casi aplacaban sus palabras, ya que habíamos tenido que mantener corridas las sedas que hacían de entrada de mi tienda, sobretodo para mantener la humareda de salvia lejos de mí. El humo que desprendía la planta se congregaba en los espacios pequeños y fácilmente trabajaba para dejarte sin respiración. Era denso, más que el hedor que emanaban las decenas de hogueras que desprendían cenizas, preparadas especialmente para los preparativos del último mes. Fuera, la mayoría de guerreros limpiaban sus armas con musgo y rezaban oraciones a los dioses, dejando el destino en sus manos para la batalla.
Haakon Sin Apellido bufó, tensando involuntariamente la banda que le servía de cabestrillo.
—¡Estupideces! ¿Cómo vamos a esperar? Se están riendo de nosotros deliberadamente: nos atacaron con cien de sus peores soldados y ahora matan a nuestros exploradores. ¡Los dioses estarán burlándose de nuestra cobardía! —exclamó el guerrero, golpeando con su brazo sano la mesa donde reposaba una jarra de vino. Esta tembló ante el golpe, a punto de desparramarse sobre la madera.
—Tendrán refuerzos, Éire. Serán muchos más —me dijo la elaboradora, echándome una mirada concienzuda —. No merece la pena morir en una batalla perdida. Debemos ser más inteligentes.
Yo apreté ligeramente mis dedos en torno al reposabrazos de mi silla, mientras Cala me servía otra jarra del vino. El sudor frío corría por mi pecho, recordándome que debía ir tomando un sorbo antes de desquiciarme por completo.
Brunilda, quien también se había empeñado en hablar conmigo, se mantuvo firme mientras aclaraba su garganta y decía —: Estoy con Haakon, mi señora. No debemos mostrar debilidad. Este acto merece venganza.
Claro que tú estás con él, pensé, sin poder evitar hacer una mueca.
Tragué saliva duramente, mientras me esmeraba en que mi mano no temblase mientras llevaba el vaso a mi boca. En cuanto la madera rozó mis labios, no pude evitar beberlo todo de un trago. Con una avidez poco disimulada.
Audry estaba a mi lado junto con Cala, pero ninguno había aportado nada a la conversación. Tan solo se habían mantenido erguidos, en silencio, escuchando atentamente los comentarios de los demás.
Dejé el vaso de nuevo en la mesa, extendiendo el largo y tenso silencio mientras todos aguardaban mi respuesta. Sabía que todas las miradas estaban puestas sobre mí, unas impacientes y otras estoicas; aún así, todas eran exasperantes. Sino tuviese que mostrarme imperturbable ante ellos, ya los habría mandado hacía un rato a la mierda.
En ese preciso momento, levanté mi mirada hacia Audry. Con un solo asentimiento en su dirección, pregunté —: ¿Qué piensas tú?
Inmediatamente frunció el ceño. Me miró, desconcertado, como si no hubiese esperado que nadie preguntase su opinión, y carraspeó mientras se enderezaba aún más. Su mano estaba férreamente cerrada alrededor de su espada envainada. Todos sabíamos que era porque no se fiaba ni un pelo de los guerreros de Güíjar. Aún así, ninguno parecía verse ofendido por aquel hecho.
—Algo que aprendí de ti, Éire, es que nosotros peleamos, no huimos. Nunca huimos. Si hemos venido aquí es por sangre y venganza y veo absurdo esperar a los dioses saben qué. Si les damos más tiempo, encontrarán más refuerzos.
Asentí tan solo una vez, viendo de soslayo las miradas convencidas de Brunilda y Haakon; sin embargo, Asha había crispado sus labios con resignación, mirándome entretanto fijamente. Como si esperase que le contradijese.
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Reino de mentiras y oscuridad
Fantasy•Segundo y tercer libro de la trilogía Nargrave. Éire Güillemort Gwen había huido de Aherian tras aquella traición con Keelan, Audry y su nueva criatura acompañándola en su viaje para reclamar aquella corona. Gregdow seguía siendo tan oscuro como s...