CAPÍTULO XVIII

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AUDRY

—Se te da muy bien enseñar. Pareces saber perfectamente los puntos débiles de la gente y cómo deben trabajarlos. Nunca había visto a alguien que se pusiese con tanta precisión en el lugar ajeno.

Elevé mi rostro en dirección a Haakon. Estaba limpiando el arsenal de armas del campamento con musgo e incienso. Para otros podría resultar aburrido, pero a mí me parecía relajante. Me distraía del exterior y me adentraba en una burbuja, donde las paredes eran la salvia y mis pulmones se empapaban de la aceitosa mezcla que se preparaba en estos días.

No conocía demasiado al enorme y apuesto hombre, que me triplicaba en estatura y ensombrecía mi cuerpo con sus anchos músculos curtidos en los dioses sabían cuántas batallas. Aún así, habíamos coincidido bastante desde que llegó, y podía asegurar que me agradaba mucho más de lo que pude esperar. Mi primera opinión de él fue...digamos que no muy positiva. Esperé que fuese desagradable y vanidoso; sin embargo, y contra todo pronóstico, resultó ser algo distante, pero increíblemente amable. Siempre tenía un saludo, un agradecimiento o una mirada alegre para dedicarte.

Así que nuestras conversaciones se habían basado en los entrenamientos, banalidades o en unas simples formalidades. De cualquier forma, me gustaba, y no podía negar que también era muy agradable a la vista. No me había detenido a repasarle con la mirada ni mucho menos, porque me parecía asqueroso ser tan descarado, pero era algo que podías apreciar a simple vista.

—Muchas gracias. Aunque no sabía que... estaba siendo tan exhaustivamente observado. —Y no pude evitar soltar una risita nerviosa. Al instante de hacerlo, quise coserme los labios con hilo y aguja. Era estúpido, estúpido y estúpido. Iba a pensar que realmente me gustaba, y probablemente la forma en la que me temblaban las rodillas se lo confirmase instantáneamente.

Contra todo pronóstico, él me dedicó una sonrisa ladeada mientras se apoyaba despreocupadamente contra un tallo leñoso. La espada entre mis manos se sintió extrañamente más pesada, aún envuelta en un trozo de tela calado por la cremosa sustancia hecha de hierbas.

—No me malinterpretes, no quiero sonar como un acosador o algo parecido. Simplemente me llama la atención ese talento que tienes para transmitir tu conocimiento. —Su sonrisa se ensanchó tanto que vi su hilera de dientes.

—Muchas gracias de nuevo. —¿En serio? ¿Muchas gracias de nuevo? ¿Acaso estaba redactando una carta sellada? ¿Por qué hablaba así?

Inevitablemente, sentí como mis mejillas se arrebolaban por la vergüenza e incredulidad. Un hoyuelo se formó en la barbilla del guerrero frente a mí, y no tardó en volver a hablar:

—Cada vez queda menos para la víspera del último día, y aunque supongo que tendrás acompañante, no puedo evitar decirte que si no es así me gustaría pedirte que yo fuera el afortunado.

Tragué saliva duramente. Y luego otra vez. Quería golpearme. Yo ya había superado esa etapa tímida, que balbuceaba, que se sonrojaba y que se escondía; pero, al parecer, mi cuerpo solo sabía revolucionarse cada vez que este hombre abría la boca. Y ahora que reparaba en ello, eso era cierto: era un hombre, un hombre que aparentaba unos veintitantos. Un hombre que parecía bastante mayor que yo. Y aquello nunca acababa bien en la juventud, estando en etapas tan distintas.

—¿Y qué edad tenías tú? —pregunté directamente, con una voz tan firme que casi pudo parecer que provenía de una persona distinta.

Él ni siquiera menguó su expresión divertida mientras ajustaba la cinta que sostenía su largo cabello. Las hebras sudorosas de este caían hasta sus musculosos hombros, mientras sus fuertes brazos se flexionaban para ajustarlo.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora