CAPÍTULO XXXV

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KEELAN GRAGBEAM

El dolor era palpable. Lo sentía entre mis manos. En la palma de estas. En mi sangre. En mi piel. En mi corazón, que con cada bombeo parecía más y más grande. Solté un rugido que pareció más animal de lo que debería haber parecido.
Yo era humano…Yo…

No lo era. Ya no. Nunca más.

Una sombra mucho más grande tapó la mía. Ocultó la forma de mi cuerpo humano. El trazo oscuro que se reflejaba sobre el suelo. Pero…Pero no era aquel monstruo lo que estaba tapándola.

Era algo que surgía de mí. La procedencia de aquel dolor. El porqué me arqueaba contra el suelo mientras mis huesos crujían. Mientras mi espalda se deformaba y se convertía en no más que dos rendijas que dejaban escapar algo enorme. Algo que no supe identificar en un primer momento.

Algo que no quise identificar en un primer momento.

Pero ahí estaba. Aquella sombra volcándose sobre el suelo. Enorme. Más enorme de lo que jamás habría imaginado.

Un farscanté. Lo había oído. Pero no lo había escuchado realmente. Porque aquello era absurdo. Mi madre…¿Una hechicera?

Yo no podía ser como aquellas criaturas. Yo no. No podía ser igual de malvado que aquel quepak que arrastró a mi padre hasta su gruta y se zampó su mano sin amedrentarse ante mis súplicas.

Dos enormes alas. Otras extremidades que sentí como mías. Que ahora se desperezaban como si llevasen demasiado tiempo dormidas. Ocultas. Sin ver la luz del sol.

Solté un alarido. Mis antebrazos se apoyaban contra el suelo. Mi cuerpo temblaba. Mis dientes chirriaban mientras tensaba mi mandíbula. El dolor lo absorbió todo. Se llevó mi raciocinio y robó mi cordura. Casi perdí la conciencia también, pero de ella quedó lo suficiente como para permitir que me levantara.

Las alas se extendieron aún más. Como si levantase mis brazos. Cómo si extendiera mis piernas. Gotas de sangre cayeron en el suelo. Se derramaron desde mi espalda. El dolor quemaba en ella. La arrugaba y apretaba mientras aquellas extremidades se extendían. El alivio y la agonía haciendo un pacto. Convirtiéndose en mí. Una vorágine de la que no supe cómo salir.

Entonces, la lengua de aquella criatura hecha de acero casi me tumbó. Pero un movimiento involuntario de mis nuevas extremidades lo evitó. Fue como apartar la mano cuando el fuego te quemaba la punta de los dedos. Cuando tus pies entumecidos resbalaban por la nieve y dabas un salto. De repente, aquellas alas actuaron antes de que mi cerebro procesase qué estaba pasando.

Y mis pies ya no rozaban el suelo. Mis ojos se convirtieron en ámbar. Ya todo era más nítido. Aquella criatura parecía tan pequeña para mí ahora. Porque yo estaba justo encima de ella, y todo a mi alrededor fue diminuto. Y no porque yo fuese más alto.

Sino porque ahora estaba volando. Porque aquellas alas se movían con fuertes aleteos que reunían la suficiente fuerza como para hacer tropezar a aquel monstruo. Su chillido inhumano hizo que yo sacara los dientes. Le gruñí, y la espada entre mis manos ahora era mucho más liviana.

Todo pesaba menos. Porque yo tenía más fuerza. Porque ahora era como…

Como un dragón.

Y aunque cada aleteo doliese. Aunque cada gruñido fuese más bien un alarido…Ahora tenía una misión.

Una única misión.

Acabar con aquel ser. Acabar con él antes de que él acabara con nosotros.

Y aquel instinto de supervivencia animal fue tan abrumador que superó con creces a mi mente humana. La cual me gritaba que no podía dejar que aquello sucediese. Que yo no era aquel ser. Que aquello era una aberración.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora