ÉIRE
—Sentaos y bebed un poco de té. Ahora mismo, todos necesitamos un respiro. — El duque nos miró significativamente desde la enorme silla acolchada de su despacho. Las tacitas de marfil sobre el tapete estaban hasta arriba de un líquido extrañamente negro —. Sobretodo vosotros.
Preferí apartar brevemente la mirada mientras me sentaba frente a él. Keelan, sin embargo, se quedó de pie ojeando aquel té con desconfianza. El duque tuvo que verlo, pero aún así no dijo ni una palabra.
No sobre aquello, al menos.
—Antes que nada, sé que no es nada honorable por mi parte hablar de política después de la noche que habéis pasado. Sé de primera mano, además, que no habéis comido ni pegado ojo. Pero, me temo, que los soldados de Eris habrán sido informados del ataque y probablemente venga ella personalmente a darle el pésame a los familiares de los caídos. Por esto mismo, nos arriesgamos a que os siga el rastro hasta mi casa, y necesitamos hablar en caso de que esto ocurra.
—¿Ella misma les dará el pésame? — preguntó Keelan, ceñudo.
El duque asintió.
—En este tiempo Eris ha afianzado estrechos vínculos con el pueblo. Los nobles han sido informados de su parentesco con el fallecido Rauthier Güillemort, que en paz descanse, y el pueblo la adora desde que contó con el beneplácito de los sacerdotes de Iriam. Por esto mismo, tenemos que tener claro que al ascender al trono no tendrás apoyo, Éire. No solo porque la gente adora a Eris, sino porque nadie estará de acuerdo con la idea de salvarle la vida a los monstruos.
—Pero tendremos un ejército de nuestra parte. El que formemos con parte del ejército de Zabia y Aherian — repliqué yo. Nunca había estado al día con la política, las estrategias o las finanzas, y ahora se pretendía que yo intentase tomar un trono. Sin duda, algo que resultaría jodidamente catastrófico.
—Da igual, Éire, tienes que entender que si el pueblo no está de tu lado nunca mantendrás un reinado por mucho tiempo. Eso solo resultará en protestas, conspiraciones contra ti, vandalismo, guerras civiles y finalmente tu cabeza rodará a manos del pueblo — me explicó Keelan, echándome una mirada de advertencia.
Y mientras ellos compartían algunas ideas, yo simplemente pensaba en que no podía hacer que un reino entero me amara cuando ni siquiera solía caerle bien a la gente. Y la única alternativa a eso era tomar Iriam por la fuerza, hacer que se sometieran a mí…Ser temida.
¿Y merecía la pena todo eso? Sobretodo teniendo en cuenta que Eris parecía ser una buena reina. Yo quería mi venganza, y la obtendría de una forma u otra…, pero tomar todo un reino por aquello era algo muy distinto.
—Entonces, ¿cuál es el plan? — pregunté yo de sopetón, interrumpiéndoles. Alterné mi mirada entre ambos. Porque, si era sincera, me daba igual de quién viniese la ayuda.
—Mi hija es más bien extremista. Ella está de acuerdo con la idea de masacrar Iriam, de tomar la corona justo como tú…Pero yo soy más bien sutil. Creo que hay otras formas mucho más inteligentes para ascender. Con mucha más probabilidad de éxito, también — repuso el duque, dándole un modesto sorbo a aquel té que aún parecía extremadamente caliente. Aún así, él no pareció notarlo cuando continuó — : Os atraparán, es cuestión de tiempo que lo hagan y, de hecho, permitiremos que lo hagan. Conozco a Eris muy bien, y puedo aseguraros que preferirá teneros como invitados y barajar las cartas de la mejor manera. No os encarcelará. Al menos, no los primeros días.
Hice una mueca e instintivamente acerqué mi mano a donde antes se encontraba mi daga. Keelan tampoco pareció muy receptivo mientras miraba al hombre de espesos rizos.
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Reino de mentiras y oscuridad
Fantasy•Segundo y tercer libro de la trilogía Nargrave. Éire Güillemort Gwen había huido de Aherian tras aquella traición con Keelan, Audry y su nueva criatura acompañándola en su viaje para reclamar aquella corona. Gregdow seguía siendo tan oscuro como s...