ÉIRE
Era día trece. Cuatro días habían pasado desde que habíamos enfrentado al gran ñacú, cuatro días desde que hice el trato con aquella buhonera, cuatro días desde que Keelan y yo nos habíamos besado, y cuatro días que llevábamos con Evelyn y Asterin en la posada.
No había visto a Asha desde aquel encontronazo en la entrada de la posada, así que, por ahora, solo me quedaba guardar las joyas y esperar a encontrármela. Tomé un trago de la cerveza que estaba compartiendo con Audry, y la princesa Evelyn se apoyó contra la barra de la taberna que había bajo la posada. Asterin estaba arriba, recluida en su habitación desde hacía días, como si aquel día en el que tuvo que sanar a Keelan aún hubiese dejado estragos en ella.
Y Keelan...Keelan estaba justo a mi lado, masticando un trozo de pollo braseado que había demandado.
Evelyn le dio un sorbo a su jarra de vino, tan corto y escaso que debió de ser como mojarse los labios. Entonces, ella miró como Audry y yo nos turnábamos la jarra de cerveza, ojeó como el sudor perlaba mi frente y no precisamente porque hiciese calor, y dijo:
—Si me permites decírtelo, esta no es la mejor forma de acabar con la abstinencia.
Yo pestañeé, y me planteé el gruñirle que no le permitía el siquiera mirarme; sin embargo, en su lugar, me giré hacia Keelan y le dije — en un tono lo suficientemente alto como para que la princesa lo escuchara — :
—Si hubieras seguido haciéndome chocolate con melisa...
Keelan me guiñó un ojo.
—¿Crees que no he conseguido tomar prestadas algunas cantidades inconmensurables de granos de cacao para cuando salgamos de aquí, hechicera?
Antes de que yo pudiese responder, Evelyn brindó repentinamente su jarra de vino con la mía, salpicándome de gotas violáceas y ambarinas.
—Ten más cuidado — le gruñí. Evelyn me dedicó una media sonrisa y no tuvo reparo en alisar su largo vestido mientras se pavoneaba con su sonrisita —. ¿Qué haces? ¿No me has escuchado? Que tengas más cuidado.
—Es que, si te soy sincera, no me das miedo, Éire. Más bien, me apena tu situación.
—No es ella la que va a morir — le dijo Keelan, mientras Audry parecía maldecir con la mirada a la princesa.
A Evelyn, por mucho que trató de ocultarlo, le afectó aquel comentario.
—Nunca se sabe.
—Vuestra muerte, si no callas, será segura — dijo, esta vez Audry, dejando la jarra de cerveza en la barra. Y, para mi gran sorpresa, se inclinó amenazadoramente hacia Evelyn.
—¿Tiene algo contra mí, su alteza? — dije, burlesca. Sin molestarme en más mínimo sus comentarios.
—Pues no sé...Las hechiceras como tú tienen fama de ser un poco promiscuas — arguyó ella.
Reí por lo bajo, tomé la jarra que Audry había dejado en la barra, y la miré por el borde de barro de esta.
—¿Quieres venir a mi cuarto y lo compruebas?
—Desde luego, Éire, no tienes honor. Eres puro libertinaje y no más que una mujer grotesca.
—¿Sabes, Evelyn? — le preguntó Keelan —. Sé que te importa tu reino y tu gente casi tanto como a mí la mía, pero niégame si no es cierto que tú misma querías defender la libertad de expresión. ¿No deberías defender, también, el hecho de que una mujer haga lo que quiera con su cuerpo? Porque, si no, me temo que serías una hipócrita.
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Reino de mentiras y oscuridad
Fantasy•Segundo y tercer libro de la trilogía Nargrave. Éire Güillemort Gwen había huido de Aherian tras aquella traición con Keelan, Audry y su nueva criatura acompañándola en su viaje para reclamar aquella corona. Gregdow seguía siendo tan oscuro como s...