ÉIRE
Sentía la satisfacción. Aquel monstruo ahora estaba dentro de mí. Yo estaba dentro de él. Y sentía su hambre siendo saciada. Sentía el regocijo. La felicidad…La felicidad fue tan mía en aquel momento…Tan brillante entre mis manos. Tan reluciente que no quise dejar que se me escapara.
Y los gritos que escuchaba se convirtieron en risas. En placer. En dicha. Porque aquel dolor que todos manifestaban yo no podía sentirlo. Solo sentía al scrantés…profundamente dentro de mí. Como una parte más. Como una inhalación profunda y entrecortada. Eufórica.
Y quise esconder mi sonrisa. No quise delatarme. No quise mostrarle a nadie que ahora aquel monstruo se había atado a mí con un nuevo hilo. Con un nuevo hilo brillante que entre mis dedos descargaba montones y montones de felicidad siendo electrificada.
Pero lo hice. Mientras Keelan me apartaba a un lado y echaba a correr a la aldea. Mientras todos le miraban desconcertados. Mientras Audry le seguía sin vacilar.
Yo caí de rodillas. Estaba siendo absorbida. Estaba contenta…Feliz…Más feliz de lo que había estado en mucho tiempo. Me reí por lo bajo. La magia crepitando en mi piel. La niebla ahora era abrasadora. Mi corazón se desbocó.
«¿Lo sientes? Eso es lo que eres: eres su reina, Éire. Y debes cuidarles. Debes darles lo que quieren. Debes amarles. Cómo Idelia no hizo contigo. Debes ser mejor que ella. ¿Lo serás?»
Quise responderle. Quise decirle que lo haría. Yo era mejor que Idelia. Siempre lo sería. Pero intenté respirar lo suficiente. Tomar una bocanada de aire. Pero no…No…, no pude.
Abrí la boca, intentando encontrar el oxígeno. Se había desvanecido. No estaba. Ya no lo sentía. Aquella descarga había desaparecido. Mis vellos ya no se erizaban. Mi piel no vibraba. Se había detenido…Se había detenido.
No podía detenerse…No…No podía permitirlo. Aquello…No…
Mis pensamientos fueron incongruentes, inconexos, sin sentido. Me aturdieron. Mis ojos casi se cerraron. Ahora todo era dolor. La resaca tras la ebriedad. El bajón tras el paroxismo. La agonía tras la adrenalina.
«¡Detenlos, Éire! ¡Lo matarán!»
—¿Qué, Gianna? ¿A quién…? ¿Qué? — musité. La mujer frente a mí, sacudiéndome. Su tacto gélido. Sus dedos largos. Antes de poder pensar en quién era, murmuré — : ¿Gianna? ¿Estás aquí?
Sus facciones se fruncieron. Su cabello negro vetado de barro. Parecía desconcertada. Pero yo no la veía…No la veía bien. Aún así…Espera. ¿Cabello negro?
Aquella no era Gianna. Aquella no…
¿Quién era? ¿Dónde estaba?
¿Y mi oxígeno? ¿Dónde...? No…
—Keelan y Audry te necesitan en la aldea. Lucca está de camino hacia la casa de los Minceust. Le acompañaré en cuanto me digas que estás bien. No paras de delirar…¿Tienes…alguna herida por la que suceda eso, Éire? — Su voz era suave. Calmada. Pausada. Pero…, por otra parte…¿Me estaba juzgando? ¿Por qué? Yo…No había hecho nada.
—Mamá…Mamá, escúchame. Te juro que no he sido yo…No sé que ha pasado con el vestido. Yo no lo he ensuciado. Te lo prometo.
Su ceja se arqueó. Tras eso, dio algunos pasos en mi dirección. Idelia…Ella siempre parecía fuerte, dura, un ejemplo a seguir.
Siempre había querido ser como ella. Tal vez así se sentiría orgullosa de mí.
—¿Pretendes que me crea eso, estúpida?
ESTÁS LEYENDO
Reino de mentiras y oscuridad
Fantasy•Segundo y tercer libro de la trilogía Nargrave. Éire Güillemort Gwen había huido de Aherian tras aquella traición con Keelan, Audry y su nueva criatura acompañándola en su viaje para reclamar aquella corona. Gregdow seguía siendo tan oscuro como s...