CAPÍTULO XVII

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ÉIRE

Habíamos salido de aquel carro, dejando a Asha y a Cade atrás. Lucca había vacilado un instante justo antes de acompañarnos al comienzo del bosque que estaba justo al lado de la vereda. Las montañas no estaban muy lejos, justo donde la capital rodeaba la escarcha del valle y donde el castillo se asentaba en las faldas de la montaña más alta de Iriam.

Keelan iba frente a nosotros, dando grandes zancadas en el bosque. No había dicho nada, nadie había dicho nada, pero tampoco era necesario decirlo. El príncipe heredero estaba aquí, y conociendo a Keelan como lo hacía, no había cosa que pudiera dolerle más que no estar en Zabia en estos momentos.
Incluso más que la muerte de su padre.

Estábamos buscando un sitio donde encender una hoguera y calentarnos, donde sentarnos en silencio durante unos instantes y recoger los trocitos de nosotros que se habían desperdigado durante ese día de batalla en la taberna. Durante hoy, mientras Lucca nos rebelaba el estado del reino de Keelan.

Lo acabábamos de encontrar, justo unos instantes antes de que Audry preguntase mientras levantaba su pálido rostro hacia Lucca — : ¿Cómo te llamas?

El pelirrojo, el cual había sido como un hermano pequeño durante la mayor parte de mi vida para mí, le dedicó un esbozo de sonrisa y miró sesgadamente a Keelan mientras respondía:

—Me llamo Lucca. Su alteza ya me conoce, aunque no tuvimos lo que se dice una buena presentación y dudo que ahora sea el mejor momento. — Después de aquello, Keelan se sentó contra uno de aquellos tallos leñosos, y frunció su ceño mientras observaba con férrea concentración los retazos de hierbas bajo sus pies.

Audry tragó duramente saliva mientras asentía en dirección a Lucca.

—¿Vienes a recoger ramas para hacer una hoguera? — le preguntó el castaño. Lucca asintió tan solo una vez y ambos se perdieron entre la oscuridad que se enroscaba bajo las copas de los árboles.

Entonces, yo me acerqué al príncipe heredero y me senté a su lado pausadamente, intentando no interrumpir cual fuera el pensamiento que estuviese teniendo.

—Ahora sí que echo de menos tu chocolate caliente, ¿sabes? — le dije, chocando ligeramente mi hombro con el suyo. No se me daba bien esto me animar a la gente, ni tampoco el hecho de compadecerme. Y, aunque me compadeciera, no sabría decirlo de la forma correcta.

Así que preferí no tocar la reciente herida de la muerte del rey Symond.

Keelan me dedicó una débil sonrisa apagada, y yo no pude evitar sentir como unas ramas se ataban a mi garganta y la asfixiaban con pena, rogándome que le diese tantos besos como fuesen necesarios para quitar esa mueca de sus facciones.

Sin embargo, no hice eso.

Porque ahora mismo simplemente no era el momento.

—¿Sabes lo que he pensado regalarte para tu cumpleaños?

Él me miró y aprecié como ahora su mirada sí que relucía levemente en curiosidad.

—Cuéntame.

—Una planta de melisa. — Aquello le hizo tragar con aún más fuerza. Y supe que lo que iba a decir era arriesgarme, era desvelar que conocía parte de su historia sin él habérmela contado, pero lo dije de cualquier forma — :  Porque cuando estés en Zabia, dentro de muy muy poco y veas esa planta, quiero que te acuerdes de que tu madre estará ahí: presente junto a ti.

Él ni siquiera me miró con un deje de desconcierto. Tan solo parecía…lúgubre.

—Tú también lo estarás, ¿sabes? — me preguntó él. Yo me encogí de hombros y dije:

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora