ÉIRE
—No me gustaría herir a una dama de alta alcurnia. Quizá te rompas una uña —dijo aquel hombre, burlándose abiertamente de mí. Daba vueltas a mi alrededor, pavoneándose, como un cazador acorralando a su presa. Los demás se rieron a nuestro alrededor tras las palabras de aquel guerrero.
Yo chasqueé la lengua, sosteniendo firmemente la empuñadura de la espada con mis dos manos. Ambas estaban cerca la una de la otra, lo que me daba más libertad a la hora de mover la hoja. Aún así, él aún no había hecho ningún movimiento. Probablemente, trataba de tomarme desprevenida.
—Créeme, no debes preocuparte por mí. No creo que llegues siquiera a romperme una uña.
Me giré en su dirección, moviendo la hoja de mi arma al son de mis pasos.
Su ego debió verse dañado tras eso, ya que se detuvo justo frente a mí. Los demás se carcajearon deliberadamente de él, y el enorme hombre inspiró profundamente mientras me maldecía con la mirada. Ni siquiera intentaba ocultar que aquello le había molestado.
No me respondió. Al menos, no con palabras. En su lugar, soltó un grito iracundo de guerra y se abalanzó sobre mí. No se lo pensó dos veces, pese a que él no estaba protegido y yo tenía una espada. Quizá pensaba que no sabía utilizarla. O quizá era increíblemente estúpido y arrogante.
De cualquier forma, deduje su movimiento de inmediato: tan solo trataba de hacerme caer, retenerme con su cuerpo y golpearme cuando estuviera contra el pasto. Tal vez hasta dejarme inconsciente o incluso más allá, ya que dudaba que tan solo eso saciase su ira contra mí después de haber puesto en duda su virilidad.
Me eché a un lado con destreza, aprovechando que yo era más delgada y ágil, y él estuvo a punto de chocar directamente contra una de las tantas personas que se reunían a nuestro alrededor. Los demás hombres y mujeres le abuchearon, mientras él volvió a girarse en mi dirección. Me gruñó como si de un animal salvaje se tratase, tensando sus anchos músculos con brusquedad.
Esta vez, no optó por aplacarme directamente, sino por intentar noquearme. Lanzó un puñetazo hacia mi rostro, y antes de poder prever su consiguiente movimiento, deslicé la hoja de mi espada por su brazo derecho, engrosando la herida que él mismo se había hecho antes. La sangre corrió por el metal de mi espada, y estuve a punto de preparar otra estocada directa a su vientre desnudo, pero entonces su mano izquierda golpeó sin piedad mi estómago, aprovechando directamente que había dejado desprotegida aquella zona.
Caí de espaldas contra la hierba húmeda, soltando todo mi aliento de golpe. Por un momento, la cúpula azulada sobre mí se convirtió en un destello alabastro, mientras mi pecho se contraía una y otra vez involuntariamente, presa de una adrenalina apabullante. Sabía que había gente en torno a mi cuerpo, que estaban charlando, riendo, golpeando sus armas y repartiendo monedas de cobre mientras apostaban como si nuestras vidas valieran tan solo eso. Y tal vez la de aquel hombre valía aquella asquerosa suma, pero no la mía.
En ese preciso instante, todo se produjo lentamente. Parsimoniosamente. Como si los dioses observasen aquel combate como si se tratase de su entretenimiento favorito. Como si quisiesen alargarlo todo lo que fuese posible, deteniendo el tiempo y el espacio solo en un burdo intento de extender aquel momento.
La bota del guerrero estuvo a punto de patear mi cabeza. Su sonrisa sombría me observaba desde arriba. Era oscura, sedienta por ver correr mi sangre de una vez por todas. Parpadeé un par de veces, tratando de volver en mí. Aún sostenía el mango de mi arma. Aún estaba en mi poder. Si me apartaba... Sí, aún tenía ventaja.
Entonces, rodé por el suelo hacia el otro lado. La magia palpitaba en mi pecho con brutalidad, rogando por ser utilizada. Pero no podía. Si hacía trampas, no tendría valía ni honor para estas personas. Si ganaba por mi magia, no sería una líder digna de seguir. Y lo era. Podía ganarle a aquel hombre sin la herencia de Gianna Ragnac.
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Reino de mentiras y oscuridad
Fantasy•Segundo y tercer libro de la trilogía Nargrave. Éire Güillemort Gwen había huido de Aherian tras aquella traición con Keelan, Audry y su nueva criatura acompañándola en su viaje para reclamar aquella corona. Gregdow seguía siendo tan oscuro como s...