KEELAN GRAGBEAM.
Éire no había dicho nada, pero suponía que ya había llegado Agosto. Estábamos a punto de llegar al ducado de Cyrus Minceust, pero habíamos hecho una pequeña parada dejando el carro apartado de la vereda.
No habíamos conseguido nada para comer, y en el carro de la elaboradora ya no había nada más para alimentarnos, así que la mayoría de nosotros tan solo se estaba calentando frente a una hoguera. Probablemente sintiendo la punzada del hambre en sus vientres, así como yo lo hacía.
Yo me había levantado del círculo que habían creado en torno a las llamas, dispuesto a alejarme ligeramente como solía hacer. A perderme en la soledad y en los recuerdos. Porque a veces era necesario sentirse triste y exponerte a ello.
Y eso hice. Aunque, mientras apartaba ramas y hojas ovaladas recubiertas de finas capas de escarcha, pude vislumbrar a una persona no muy lejos de mi posición.
Arrugué el ceño y me escondí tras un árbol. Era Éire, y estaba sosteniendo mi arco, justo el que había desaparecido mágicamente del carro esta mañana. Su pelo caía trenzado tras su espalda, y estaba mirando determinadamente un árbol frente a ella, mientras la túnica que la triplicaba ondeaba junto con el viento.
Lo primero en lo que reparé fue en la forma en la que se posicionaban sus pies. Estaba mal. No aceptaría ese tiro.
Y pensé en acercarme y en enseñarle cómo hacerlo. En mover yo mismo su cuerpo y dejar que ella estampara mis labios contra los suyos…
Pero eso significaba tocarla…Y ahora…Simplemente no me veía con suficiente coraje para ello.
No me veía con la suficiente valentía para tocar trazos de piel, para sentirme atraído hacia su cuerpo, para querer hacer más que tan solo eso…Porque esos guardias tuvieron aquel mismo impulso ese día, y si ellos lo hubieran controlado todo sería distinto. Todo sería mejor. Todo sería menos nostálgico.
—¡Keelan! — exclamó Ellie, mientras uno de los hombres la sacudía y la estampaba contra la pared, rompiendo su vestido con fiereza. Tragué saliva duramente, y el hombre contra el que luchaba aprovechó para soltarme un puñetazo justo en el arco de mi labio superior, haciendo que saboreara la metálica sangre en la punta de mi lengua. Marcándome para siempre.
Y lo intenté. Intenté llegar a tiempo.
Pero cuando intenté rescatarla…Lo último que quedó de Ellie fue un cuerpo desnudo y acuchillado que dejó de respirar entre mis brazos.
Sacudí mi cabeza, desprendiéndome de aquel sentimiento que me apabullaba. Éire había fallado el tiro, como había adivinado, y ahora se estaba acercando a recoger aquella flecha caída mientras crispaba los labios.
Estaba frustrada. Probablemente porque estaba acostumbrada a no fallar, ya que durante toda su vida le habían enseñado que hacerlo tendría consecuencias. Consecuencias que no todos podrían soportar durante veinte años.
Así que di un paso en su dirección. Vacilé durante un instante, pero di otro. Y ella se giró de nuevo hacia mí, preparada para posicionarse erróneamente como antes.
Su gaznate se movió mientras tragaba saliva duramente.
—¿Qué pasa?
—Me has robado mi arco — le respondí yo. Aunque ese no era el motivo de mi intromisión. Aquello me daba más bien igual.
Ella se encogió de hombros.
—Te lo devolveré. Solo quería pulir mi puntería.
Solté una carcajada. Y es que, verdaderamente, parecía convencida de aquello.
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Reino de mentiras y oscuridad
Fantasy•Segundo y tercer libro de la trilogía Nargrave. Éire Güillemort Gwen había huido de Aherian tras aquella traición con Keelan, Audry y su nueva criatura acompañándola en su viaje para reclamar aquella corona. Gregdow seguía siendo tan oscuro como s...