CAPÍTULO IX

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ÉIRE

La enorme bañera de madera rebosaba en agua tibia, tomada de los pozos de Valhiam que conectaban directamente con las aguas subterráneas del río de sal.

El vapor se condensaba sobre mi piel desnuda en esquirlas de agua salada, mientras Cala se esmeraba en masajear mi cabello con el jabón aceitoso producido con cenizas de madera de arce y grasa animal.

Los moratones ya habían comenzado a aparecer por mi cuerpo, y mi rostro antes limpio de rasguños ahora estaba repleto de heridas superficiales. Aún notaba en mi garganta la calidez del analgésico que Asha había elaborado en el cazo de mi tienda, mientras Cala llenaba otra jarra con los barriles que había colmado de agua de tormenta. Había mezclado leche de cabra con polvo de raíces de algún árbol de alrededor, y después había removido con su dedo húmedo —por la saliva de un ñacú— aquella mezcla. Tras eso, yo misma me había encargado de echarle una buena cantidad del licor que escondía el viudo en sus bodegas a aquel mejunje.

—¿Cómo está Haakon? —le pregunté a la criada, estirando mis piernas bajo el agua que lamía amargamente mis heridas. Había averiguado que ese era el nombre del guerrero contra el que había combatido. Haakon Sin Apellido, justo como Brunilda. Al parecer, todos los guerreros de Güíjar eran huérfanos abandonados en Gregdow.

Podía haberme entristecido por él, pero no lo hice. Hacía tiempo había dejado de sentir compasión por los desfavorecidos. Al menos, por los que podían suponer una amenaza.

—Él está vivo, mi señora. Entre los guerreros no se encontraba ninguna hechicera sanadora, pero sí un curandero. Un joven curandero que ha ayudado a Ashania a mantenerlo con vida.

Asentí

—Bien.

—¿Bien? ¿Por qué se alegra de que su contrincante esté vivo?

—No puedo permitirme perder a un buen guerrero. Haakon lo es, y eso ha sido lo que ha salvado su vida.

Sus dedos se tensaron ligeramente contra mis sienes.

—¿A dónde iremos ahora? —preguntó. No utilizó un tono inquisitivo ni tampoco inquieto. No parecía preocupada por estar siendo llevada directamente a una guerra, donde podía enfermar, morir o ser atacada; en su lugar, tan solo parecía curiosa. Trataba de mantener una conversación conmigo, como si verdaderamente quisiese hacerlo. Quizá, después de todo, aquel intento de compartir algunas palabras era intencionalmente sincero.

Confiaba en ella. No como confiabas en una amiga, desde luego, ya que lo único que me ataba a Cala era el temor que yo provocaba en ella. Más bien, era el tipo de seguridad que tenías en alguien que sabías con certeza que no podía traicionarte. Ella no podía salir de este campamento, ya que estaba cuidadosamente vigilada por mis guardias, y aunque lo hiciera no dejaría que se alejase lo suficiente. Al menos, no con vida.

—No tengo nada más que hacer aquí. Ya he conseguido todo lo que quería de Aherian, y no tengo la necesidad de comenzar una guerra contra Evelyn al atacar sus terrenos. He enviado unos exploradores para que verifiquen que el puente de Normagrovk está siendo protegido por Iriam y ningún reino más. Además, si es así, necesito saber de cuántas tropas se tratan.

Sus dedos se detuvieron durante un instante. Los círculos que antes había trazado delicadamente en mi cuero cabelludo casi se convirtieron en rasguños. Exhaló profundamente, continuando con la limpieza exhaustiva de mi cabello. Aún así, ahora sus dedos estaban tensos, levemente más gélidos.

—¿Atacará directamente al puente de Normagrovk? ¿No es eso un riesgo considerable? Pensé que entraríamos en el reino de las montañas a hurtadillas, tal vez por un hatajo… Nadie se ha atrevido a eso nunca, mi señora.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora