CAPÍTULO IX

125 23 11
                                    

ÉIRE

Después de aquello, no hubo más. Keelan me dijo que aún no quería llegar más lejos y yo respeté eso. Así que poco después me fui a mi habitación y con ese mismo barreño lleno de agua tibia intenté lavarme y despegarme de toda la suciedad que traía conmigo.

Evelyn había dejado una túnica suave y limpia, justo sobre aquella cama, y también unos castaños pantalones para montar. Para mi absoluta sorpresa, también dejó unas botas de cuero trenzado, como si supiera con certeza que eran las que me habían acompañado durante años.

Así que no tardé en vestirme, en mojar mi pelo y en tratar de peinarlo con mis dedos, ya que estaba enredado y vetado en barro. Cuando ya me sentí lo suficientemente limpia, abrí la puerta de aquel cubículo, dejando mis antiguos ropajes en una esquina; sin embargo, las joyas…

Las joyas tenían valor, y nosotros necesitábamos dinero para poder comprar unos cuantos caballos.

Así que por mucho que me pudiese doler: Amy y Gerald, lo sentía, si es que podían escucharme desde algún sitio.

Había visto fuera de la posada un par de puestos: buhoneros, probablemente, intentando vender lo que fuese que tuviesen, parándose en este punto incierto que llevaba hacia Iriam. Un reino que, ahora, precisamente, necesitaría miles de buhoneros y comerciantes para volver a ser el de antes.

Un reino que yo no había visto, pero que, desde luego, antes debía haber sido algo más que un castillo con murallas destrozadas y con la mayoría de los guardias comprados, sin fe ni respeto absoluto por Eris.

«Si te soy sincera, nunca me ha gustado Iriam. Incluso antaño era oscuro. Un reino de mentiras y oscuridad lo llamaban entre musites hacía décadas, porque nadie de allí mostraba su verdadero rostro y la confianza puesta en un Iriamno podría costarte la vida»

Ni siquiera le respondí mientras contenía mi ira porque se atreviese a responderme después de todo lo que había pasado. Toqueteé mi pelo húmedo, inhalé y exhalé un par de veces — puede que más de una docena, más bien —, y dejé que salpicase mi espalda con cada paso, notando como las garras de Gianna escarbaban entre tanto en mi cerebro, acariciando dolorosamente cada nervio.

Bajé del último peldaño de piedra, con las joyas que había llevado el día de La Gran Hoguera escondidas bajo mis puños cerrados. Uno de los hilos plateados casi se cayó de entre mis dedos, mientras me disponía a abrir la puerta de la posada como pudiese.

Pero, entonces, alguien la abrió por mí, esperando a un lado para que pudiese pasar, mirándome de arriba a abajo deliberadamente.

Era morena, tanto su tez como su pelo, el cual caía tras su espalda con cintas azules que envolvían cada pequeño bucle trenzado como el cuero de mis botas. Parpadeé en su dirección y no dije nada más mientras daba un paso al exterior.

Entonces, ella dijo con sus gruesos labios — : Me llamo Asha.

Me giré a observarla sobre mi hombro. No parecía una campesina más, si no más bien una persona adinerada, pese a que no llevaba ningún vestido y solo una túnica violácea y unos pantalones negros que se envolvían en torno a sus gruesos muslos, no tenía ninguna cicatriz y sus manos parecían suaves y tersas. Pecas surcaban su nariz, y sus ojos eran tan azules que casi pude jurar verme reflejada en ellos como en un lago cristalino.

—No te he preguntado — le ladré. Ella soltó una pequeña risita, y dio un paso en mi dirección, dejando que la puerta se cerrara tras ella y me tendió la mano sin ningún tipo de reparo.

Fruncí el ceño, extrañada, y ella dijo :

—Venga, dame la mano, foránea.

Por el tono de su voz, por la forma de decir las erres y por el brillo libertino de sus ojos, supe que era de Iriam casi al instante.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora